| Columna
de la libertad de los esclavos Por
Wilson Enrique Ramírez Declarado
monumento nacional en honor a los esclavos liberados, la columna en el centro
de la plaza principal de Ocaña fue construida con las piedras que sirvieron
de patíbulo a los mártires de la independencia. Su inauguración
el 22 de diciembre de 1851 tenía un claro fin: conmemorar la ley que abolió
definitivamente la esclavitud en el país. Este
singular monumento, único en su género por lo que conmemora y por
el aspecto arquitectónico, fue erigido por iniciativa del cartagenero Agustín
Nuñez, a la sazón gobernador de la Provincia de Ocaña. Previendo
la aplicación de la Ley que abolió definitivamente la esclavitud
en Colombia y que debía entrar en vigencia el 1º de enero de 1852,
Núñez tuvo la original idea de perpetuar el hecho en una obra material
y ordenó construir la columna, formada por cinco anillos concéntricos
que simbolizan los cinco países bolivarianos. Raúl
Pacheco Ceballos cita, en Gobernadores y Jefes Departamentales, un
informe de la Secretaria de Asuntos Exteriores de la cual se concluyen dos fechas
bien determinadas: la primera piedra de la Columna se colocó el siete de
diciembre y el monumento fue inaugurado el 22 de diciembre de 1851, pues para
esta última fecha, la columna que ya está concluida, tiene
diez varas de largo y sobre la cúpula flamea el pabellón Nacional,
según participa el se flor gobernador en nota de 22 de diciembre. Como
todo pueblo que posee tradiciones ancestrales, el ocañero ha tejido varios
mitos alrededor de la Columna: se dice que en la base de ella hay tres urnas,
una de vidrio, que contiene el texto de la ley y los nombres de los esclavos manumitidos,
la cual se halla dentro de otra de madera y esta última dentro de una tercera
de hierro; que la base de la columna se construyó con los ladrillos teñidos
con la sangre de Miguel Carabaño, Salvador Chacón e Hipólito
García, fusilados en la plazuela de San Francisco, por orden de Morillo,
el 9 de abril de 1816; que el mismo Carabaño había predicho la erección
de un monumento con las piedras que iban a recibir su sangre y la de sus compañeros;
que hay personas en Ocaña, de la sociedad, que no permitirán
el conocimiento público de los nombres de los esclavos que obtuvieron la
libertad pues ello iría en desmedro de su prosapia, et sic de coeteris. Mientras
tanto, la columna conmemorativa de la libertad de los esclavos sigue allí,
como esas abuelas silenciosas que no necesitan hacer nada porque su presencia
basta para recordar a toda la familia quienes son y de donde vienen.
Wilson Enrique Ramírez
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