| | | En
esta ciudad, los siglos han pasado, pero la leyenda se mantiene viva: en las noches
más oscuras deambula el fantasma de don Antón García de Bonilla,
con su traje de otros tiempos. El
fantasma de don Antón García de Bonilla recorre todavía las
calles y caminos de San Roque de Aguachica. "Aguachica,
municipio privilegiado. Dios ha puesto la mano aquí". Charles Gail,
funcionario de la Texas Oil Company "Pernoctamos
en la miserable aldea de Aguachica". Diario de O'Leary, el edecán
de Bolívar. Fueron
tres personajes del mismo nombre: abuelo, padre e hijo. Antón García
de Bonilla, el abuelo, llegó a estas tierras con sus reses, sus esclavos
y sus bestias de carga. |
Al adquirir la encomienda que incluía los terrenos de lo que hoy es Aguachica,
en 1616, marcó el destino ganadero de la región, así como
su importancia para el comercio entre el río Magdalena y Ocaña,
ciudad que para entonces llevaba 40 años de fundada. Pero
el Antón García de Bonilla que se hizo famoso fue el nieto, heredero
de las tierras del abuelo, y propietario de la vieja casona que hoy se conserva
a la entrada del centro histórico de Ocaña. Fue éste el que
protagonizó una romántica historia de amor en la segunda mitad del
siglo XVII, cuando se enamoró de María, hija ni más ni menos
que del alférez real don Luis Téllez Blanco. Y de Ocaña se
la llevó con gran pompa a vivir con él en su hacienda de San Roque
de Aguachica. Dice
la historia que una de las entretenciones de la joven pareja era pasear por los
recovecos de la vecina ciénaga de Patiño mientras que una pequeña
orquesta, desde otra barcaza, los deleitaba con su música. No puede uno
menos que evocar los orígenes de La música del agua, ese famoso
tema que unos años más tarde estaría componiendo Georg Friedrich
Handel para complacer los caprichos del rey Jorge I. El Rey desde una barcaza
escuchaba a la orquesta, mientras ésta navegaba en otra, a lo largo del
Támesis. Sea como fuere, en muchos mapas figura hoy no la ciénaga
de Patiño, sino la de Doña María. El
nombre Aguachica, que tuvo la hacienda y ahora el municipio, probablemente se
deriva de la presencia de varios nacederos en la zona, algunos de ellos incorporados
hoy al gran parque urbano conocido como el Agüil, y no como asegura la tradición
del pueblo de un día en el que don Antón llegó sediento a
su casa después de una larga cabalgata y se dirigió a una criada
diciendo: "tráeme agua, chica". Los frecuentes racionamientos
del servicio de acueducto de los tiempos recientes pueden haber colaborado para
mantener viva esta versión apócrifa. En
los siglos XVI y XVII, la hacienda de San Roque de Aguachica fue el punto de partida
para el poblamiento de toda la región. Pero hay que reconocer que la historia
del poblado mismo se inicia antes de la llegada del primer García. Algunos
estudios arqueológicos en los límites del área urbana de
la actual población encontraron restos humanos de hace 3.200 años.
Se hallaron también semillas de algodón, alfarería, así
como caparazones de tortugas morrocoy, animales que aún hoy constituyen
un plato típico de la región (de hecho, un apelativo algo despectivo
para los habitantes de Aguachica es "morrocoyeros"). Pero
1748 fue la fecha más aceptada para la designación de Aguachica
como parroquia. De esa época sobrevivió hasta el siglo XIX una cruz
de plata, hoy desaparecida, que decía: "Se acabó esta cruz
de Aguachica hoy 14 de junio de 1753". Se menciona también un documento
fechado en 1766 que habla de la visita de don Francisco de Caviedes y Godoy, juez
de tierras de Ocaña y 'capitán de asaltos y emboscadas' en donde
dice que se hizo la mesura de la población "con la venia del licenciado
presbítero Martín Dionisio de la Peña y los alcaldes de la
santa hermandad". Quizás
fue una epidemia, o más probablemente la búsqueda de una mayor cercanía
al camino real, lo que llevó luego al traslado de la ciudad al sitio actual,
en fecha que debaten los historiadores, pero que pudo ser hacia el año
1800. La hipótesis de la epidemia, sin mucho sustento histórico,
es atractiva dado que San Roque -el patrono de Aguachica es justamente el santo
de las pestes. Incluyendo claro está la de los pollos. Para
finales del siglo XIX no había sido mucho el crecimiento de Aguachica:
su población era apenas de 701 personas. Las enfermedades del trópico
y las difíciles vías de comunicación, unidas a las inundaciones
del río Magdalena entorpecían su desarrollo. Ya a finales de ese
siglo la región se benefició de la bonanza del tabaco, producto
que, según Agustín Codazzi, no tenía nada que envidiarle
al de Ambalema. Pero el momento culminante de la historia de Aguachica llegaría
en la primera mitad del siglo XX. Entre
1925 y 1929 se construyó el cable aéreo para el transporte de carga
y pasajeros que iba desde Gamarra, en el Magdalena, hasta Ocaña, con una
estación en Aguachica. Se trataba de una ambiciosa obra que en su plan
original se proponía llegar hasta el lago de Maracaibo. En 1944, con la
construcción de la carretera, las instalaciones de este cable se vendieron
como chatarra, marcándole así un destino similar al de aquél
que iba de Manizales a Mariquita. Solo quedaron de recuerdo los pesados cimientos
de concreto de sus torres. Para
Aguachica, los siglos han pasado, pero una leyenda se mantiene viva: en las noches
más oscuras deambula en la penumbra el fantasma de don Antón García
de Bonilla, con su traje de otros tiempos, condenado a salir en su caballo negro
dice la tradición por incumplir una promesa a Santa Rita, por avaro, por
mujeriego, o quizás por maltratar a sus esclavos. Cierro este escrito con
dos fragmentos poéticos, el primero del presbítero Alfredo Sánchez
Fajardo y el segundo del poeta ocañero Marco Carvajalino, que aluden a
este hecho: | |