Encallada,
muchas veces en la cima de un monte, aparece grandiosa en su caudal de templo:
el músculo amputado al dios, el gesto de un rostro desaparecido, la huella
de un pie gigantesco, el pensamiento redondo, el labio que exige sacrificios,
el falo soberbio de las vírgenes, que bajan de una lúbrica estrella, el
cuenco de la mano, la macana, la mueca, el pánico, el odio... ¡Ahora
viene el hombre caminando! El hombre sellado como una piedra. La inscripción
a cincel fue deslabrada y un borrón por nombre conmemora su libertad. Eduardo
Cote Lamus
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