| El
dos de agosto, en compañía de su Secretaria de Educación,
Cecilia García Bautista y otros funcionarios de la Gobernación,
se habían desplazado a la Ciudad Mitrada con el objeto de asistir a unos
actos de carácter oficial. Después
de los compromisos, el gobernador y su comitiva acudió a la ceremonia de
bautizo de uno de los hijos de la familia Rincón Ramírez, parientes
cercanos de Silvio Ramírez, su Inspector de Obras Públicas, con
quien había viajado a Pamplona para efectuar algunas tareas de inspección
de obras y aprovechando la oportunidad lo invitó al festejo infantil. Terminada
la reunión social, decidieron regresar a la capital del departamento y
a eso de las dos de la mañana, emprendieron el viaje en el carro oficial
de la gobernación. El viaje transcurrió dentro de la normalidad
acostumbrada; en el asiento delantero, acompañando al chofer Ramiro Acevedo,
venían Silvio Ramírez y su esposa Cecilia Ayala, quien se encontraba
en estado de embarazo. En el asiento trasero, tal como correspondía a su
investidura, venía el gobernador en solitario, rememorando momentos de
felicidad que acababa de pasar en su querida ciudad y con sus amigos de toda la
vida; venía entonando las canciones que le recordaban las épocas
radiantes de antaño y recitando los versos que le había dedicado
a la memoria de su colega de letras y paisano, Jorge Gaitán Durán,
hasta que se quedó dormido vencido por el cansancio. Posteriormente se
concluiría que esa fue la circunstancia que causó su deceso, pues
no había entonces, la obligación reglamentaria del uso del cinturón
de seguridad, que lo hubiera protegido de tan fatídico desenlace. Atrás
venían los demás carros de la comitiva y no se sabe exactamente
qué sucedió cuando el primer vehículo pasaba por el corregimiento
de La Garita, resultó estrellándose aparatosamente contra un árbol
situado al borde de la carretera y frente al negocio La Granadina, de don Dionisio
Fuentes, un personaje de gratos recuerdos en la comarca. Ante el estruendo, los
habitantes del lugar se aprestaron a socorrer a los pasajeros, con la ayuda de
algunos efectivos de la Policía Nacional al mando del dragoneante Eufrasio
Ortega. El gobernador aún mostraba signos vitales cuando fue sacado del
carro, de manera que el vehículo que venía siguiéndolo, el
de la Secretaría de Educación, lo trasladó de inmediato a
la Clínica de Urgencias del Hospital San Juan de Dios para proceder a las
intervenciones a que hubiera lugar pero desafortunadamente los médicos
de turno y las enfermeras que lo atendieron constataron que había dejado
de existir al momento de su ingreso. No
obstante las circunstancias de fecha y hora, la noticia se regó como pólvora
a pesar de lo precaria que eran las comunicaciones de esa época y desde
las primeras horas de la mañana el cuerpo fue colocado en Cámara
Ardiente en las instalaciones del Palacio de Cúpula Chata, sólo
unas horas, pues sería trasladado a Pamplona cumpliéndose la voluntad
expresa del finado quien había dicho de manera reiterada Cuando yo
me muera, quiero que me entierren en Pamplona. La verdad es que a muchos
tomó por sorpresa la inesperada partida del gobernante; su esposa Alicia
Baraibar se encontraba de viaje, así como el obispo de la ciudad, Pablo
Correa León quien tuvo que interrumpir su estancia en Bogotá para
regresar y apersonarse de la situación. A las siete de la mañana
el Secretario de Gobierno, Álvaro Niño Duarte, informó al
pueblo el deceso del gobernador a través de la emisora Radio Internacional
y el gabinete en pleno expidió los decretos de honores correspondientes.
El Gobierno Nacional designó al doctor Niño como gobernador encargado,
mientras se cumplían los trámites de rigor para la escogencia de
quien remplazaría al fallecido. El
presidente Valencia envió un conmovedor mensaje a su viuda y sus hijos
en el que hizo un alto elogio de su persona y especialmente a su gestión
como gobernante. Se excusó de asistir a sus funerales, por problemas de
agenda y porque entonces era bastante complicado desplazarse con facilidad a la
provincia, pero delegó en sus principales ministros su representación. Los
actos fúnebres se celebraron en la iglesia catedral a partir de las once
y media de la mañana y duraron varias horas mientras su pronunciaban los
discursos de los principales representantes de los gobiernos nacional y departamental,
así como las autoridades civiles, militares y eclesiásticas. En
representación del Presidente asistieron los ministros de Gobierno y Trabajo,
Aurelio Camacho Rueda y Cástor Jaramillo Arrubla; Monseñor Rafael
Sarmiento Peralta fue el encargado de los oficios religiosos y finalmente una
breve oración de despedida fue pronunciada por el R.P. Rafael Faría,
rector de la universidad de esa ciudad. El cortejo más multitudinario que
jamás se haya visto, recorrió las calles de la ciudad, hasta el
cementerio del Humilladero, donde hoy descansan sus restos. | |