LIGIA
R. DE LARA
PRESENTACIÓN "Cuando
el corazón sel siente a si mismo... entonces nace la Poesía"
Nova lis El
trágico fallecimiento de Eduardo Cote Lamus el 3 de agosto de 1964 partió
en dos el ámbito literario y poético de Colombia, dejando entre
los nortesantandereanos la huella de un vacio irreparable, que no obstante con
el tiempo se ha ido decantando en un creciente sentimiento de admiración
y gratitud por esa obra profunda que a todos nos enorgullece y estimula.
"30 años de Ausencia" pretende acercarnos al hombre, y al creador
de imágenes y sueños, a ese "Poseído" como Platón
llamara al poeta cuyo quehacer se confunde con lo sagrado. Con ese fin hemos invitado
a un grupo de intelectuales, todos ellos destacados por su clara inteligencia
y trayectoria con una fina sensibilidad capaz de brindarnos ese doble perfil de
Cote Lamus. Algunos fueron sus contemporáneos y amigos, otros
pertenecientes a generaciones posteriores recibieron su enriquecedora herencia
espiritual. Al darnos sus diversas aproximaciones y testimonios también
nos están revelando su personal y propia condición poética
nutrida en las hondas raices del ser. Gracias a ellos en nombre de todos los lectores.
Gracias por hacernos partícipes de su experiencia y permitirnos recrear
en nosotros mismos de una manera mas intensa, el mundo maravilloso de ese mago
de la palabra Eduardo Cote Lamus.
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A ÍNDICE CICERON
FLOREZ MOYA Eduardo
Cote Lamus: el hombre cotidiano
"El
Final dramático y sereno entraña una ruda ironía".
Eduardo Cote. Aquel golpe matinal de muerte sobre la carretera tantas
veces recorrida tal vez no había sido sospechado ni por el mismo Eduardo
Cote Lamus. Un pálpito premonitorio de semejante circunstancia trágica
no estaba en la vida del poeta a pesar de su repetida visión de la muerte.
O, por lo menos, no lo había comunicado con la debida identificación
del hecho. Pero
el final se vino casi que de repente, porque la previsión de Cote Lamus
era otra: la permanencia de su quehacer cotidiano, entre la creación literaria
y el ejercicio de la política como la búsqueda del poder, según
el plan que tenía trazado en el presente y para los años por venir.
Mi experiencia de Cote es la del hombre con sus actos públicos
de cada día. Hasta los relacionados con su poesía y su trabajo de
intelectual, en general, los cuales no sometió a silencios elusivos y,
por el contrario, los compartía con sus interlocutores, en un ambiente
de celebración de la palabra salida de sus sentimientos, de sus vivencias
y de su conocimiento. El encuentro con Eduardo Cote suscitaba inevitablemente
el tema de la poesía. Hablaba de lo que estaba haciendo. Leía en
voz alta alguna nueva creación. Recordaba distancias y amigos, otros años,
otras tierras. Ponía de presente obras leídas y se interesaba por
quienes a su alrededor podían estar incurriendo en ejercicios literarios.
Esa dedicación de Cote a la poesía, la literatura, la cultura en
general, no era una manifestación cerrada o elitista. La proyectaba públicamente.
La convertía en acciones cotidianas. Hacía parte de su trabajo intelectual
o de sus funciones de gobierno. Algo así como un pan diario. Tal
comportamiento está impreso en las realizaciones que asumiera o estimulara
Cote Lamus en el campo de la cultura, en esta ciudad, cuando se desempeñaba
como ciudadano particular, dirigente político, secretario de educación
del departamento o Gobernador. Fue
entonces cuando surgió un fértil movimiento promotor de diversas
manifestaciones culturales. Se creó el Ateneo del Norte y a éste
siguieron otros hechos perdurables. Allí están los frutos: la Casa
de la Cultura de Cúcuta, el Instituto de Cultura del Norte de Santander
y dentro de éste, la Escuela de Bellas Artes y el variable grupo de teatro.
Pero
hubo más: los salones de arte, con la participación de los más
notables pintores y escultores de Colombia; los concursos de poesía y cuento:
la aparición de una generación regional de artistas visuales, de
la cual quedan figuras realizadas y aún vigentes, el interés de
las gentes por los actos programados. Cote
también atrajo hacia Cúcuta a destacados escritores, artistas, intelectuales.
Aquí vinieron, en diferentes ocasiones, Eduardo Carranza, Rafael Maya,
Gonzalo Arango, Eduardo Ramírez Villamizar, Hernando Valencía Goelkel,
Andrés Holguín, Jorge Eliécer Ruiz, Carlos Granada, Luciano
Jaramillo. Muchos más, involucrados en ese ideal de la cultura que se le
estaba metiendo a la región. No era solamente Cote, claro está.
Él era el motor, dado su peso intelectual y su manejo del poder regional.
Alrededor suyo se agruparon las gentes con disposición a las tareas puestas
en marcha y atraídas por esa corriente novedosa y feliz de la palabra,
de la figura, de la escena, de las diferentes expresiones del talento y de la
vitalidad creadora. En
la tertulia, en la conversación improvisada, en el espacio de su despacho
de funcionario, Cote Lamus mantenía prendida la llama de la poesía.
No la dejaba. Mostraba eufórico su poema "Estoraques", entonces
sin publicar y se sostenía, siempre en el recuerdo de sus autores preferidos
y en la relación de mucho de lo vivido al calor del trabajo de escritor.
Dentro
de ese ambiente era abierto a la percepción de los hechos cotidianos. Se
bajaba al nivel que estuvieran para apreciarlos, asimilarlos, gozarlos o sufrirlos.
Eran materia propicia para su conocimiento o la recreación con destino
a su propia obra. La actitud poética de Cote frente a lo cotidiano no implicaba
rebusques desmesurados. Era humanamente normal. Tomaba los hechos con las palabras
descomplicadas que pudieran proyectarlos mejor, con sencillez que le imprimieran
transparencia y con espontaneidad para no alterar la identidad de los elementos
propios de cada acontecimiento. Así
le dio a Jacinto Hernández, "Sietemachos", la dimensión
de su condición popular pero caracterizada por unos rasgos particulares
que lo mostraban como personaje de excepción. Cote
veía en "Sietemachos" la caracterización de un juglar
vaganbundo, con aire de aventurero inofensivo, atraído por las novedades
que descubría día a día en un entorno diferente al de su
origen pamplonés, pero en lucha por conservar, al menos, parte de éste.
Lo apreció así y lo mantuvo en el inventario de los valores que
le proporcionaba el descubrimiento de la vida regional. Era parte de los recursos
que podían aproximarse a la poesía. En
el diario transcurrir de Cote Lamus contaba -y mucho- la política. En él
era un ejercicio apasionante y la vía a través de la cual vislumbraba
el poder. La
política con toda la parafernalia de las campañas, las confrontaciones
con los contrarios, los choques inevitables, los viajes a los lugares más
apartados tras la conquista de un elector o muchos partidarios. La política
con consignas, vivas, brindis con cualquier licor y en cualquier tienda rural,
borrachos ¡mpertinentes e incondicionales ofrecidos para lo que sea.
La
política con discursos enardecedores o promeseros, algarabías de
multitudes más interesadas en el triunfo que en las tesis. Pero también
la política como programa, como compromiso social, como propuesta frente
a las necesidades y posibilidades de la sociedad. Como afirmación ideológica
y como acción solidaria con quienes sufren los vacíos de la justicia
y las laceraciones de la pobreza. Eduardo Cote Lamus vivió a todos esos
niveles de la cultura y de la política, afirmándose en sus convicciones
día tras día, lo cual permitió establecer unos espacios con
su propia poesía y con las iniciativas que dieron consistencia a la cultura
y a sus actos políticos. Fue
ganador en la poesía, en la cultura y la política. Esos triunfos
de su vida sobrevivieron a su muerte. Es lo evidente. VOLVER
A ÍNDICE LUIS
ROBERTO PARRA DELGADO Eduardo
Cote Lamus y su Gestión Política Así
corno desde su muy temprana edad reveló su marcada inclinación a
la poesía, haciendo versos, participando en concursos, interviniendo en
centros literarios y en la Academia de el Colegio Provincial de Pamplona, por
esta misma época se puso en evidencia su vocación política. Corría
la década de los 40 y tambaleaba lo que en su tiempo se denominó
la República Liberal, El Doctor Alfonso López Pumarejo, elegido
Presidente de la República por segunda vez en pugna con su contendor el
Dr. Carlos Arango Velez, no resistía el empuje avasallador de ese formidable
caudillo que fue el Dr. Laureano Gómez, para el momento jefe indiscutible
del Partido Conservador. Cote, en quien confluyeron las dos corrientes tormentosas
de los partidos políticos, ya que por el lado paterno su apellido estaba
vinculado al de eminentes caudillos conservadores, y por el lado materno al de
figuras muy prominentes del Liberalismo, se afilió desde un comienzo al
Partido Conservador, y a su servicio se entrego por entero, dando de si todo cuanto
era posible a su juventud apasionada y brillante. En
esos primeros años se le vio constituyendo comandos de juventudes estudiantiles,
de obreros, de campesinos, de mujeres, se le oyó dictar conferencias, hacer
discursos como el de la recepción al Dr. Manuel Barrera Parra, cuando siendo
Presidente del Directorio Nacional Conservador, visitó la ciudad de Pamplona
luego de haber sido proclamada la Candidatura Presidencial del Dr. Mariano Ospina
Pérez en la Convención del Teatro Colón de Bogotá.
Al servicio de esa campaña se dedicó sin desvelo, hasta su culminación
el 2 de mayo de 1945 con el triunfo de Ospina, candidato de Unión Nacional
contra sus contendores del Partido liberal, los doctores Gabriel Turbay y Jorge
Eliécer Gaitán. La
circunstancia anotada, le abrió a Cote amplios horizontes ya que la Presidencia
del Dr. Ospina y el ascenso del Coniservatismo al poder coincidió con la
terminación de su bachillerato en el año 46, y su viaje a Bogotá
en donde al año siguiente inició sus estudios de Derecho en la Universidad
Javeriana. A su llegada a la Capital se contacta con los altos circulos de la
política, en particular se relaciona con Gilberto Alzate Avendaño
a quien siguió hasta más allá de su muerte, luchando por
la supervivencia de su movimiento político. Hace su ingreso como columnista
del periódico ECO NACIONAL, el antecesor de DIARIO DE COLOMBIA desde el
cual Alzate Avendaño libró sus más recias batallas. Con jóvenes
de su generación se alista en el movimiento denominado REVOLUCION NACIONAL,
cuyo objetivo estaba orientado a implantar desde el poder el pensamiento Bolivariano. Iniciado
el año de 1948 continúa sus estudios de Derecho en la Universidad
Externado de Colombia, viajando en 1950 a España. En 1.954 se traslada
a Frankfurt como Cónsul Auxiliar de Colombia, regresando al país
una vez derrocado el General Gustavo Rojas Pinilla. Con
Gilberto Alzate Avendaño. Cástor Jaramillo Arrubla, Humberto Silva
Valdivieso, Hernando Sorzano González, Aurelio Caicedo Ayerbe y varios
otros, hace parte de lo que en su tiempo se denominó Conservatismo Independiente,
en oposición al Laureanismo. Postulado candidato a la Cámara de
Representantes, es elegido para el período 1958-1960. Al
propio tiempo organiza en su Departamento con sus compañeros de lucha política
el relevo generacional, enfrentándose al Dr. Lucio Pabón Núñez
hasta entonces Jefe indiscutible e indiscutido del Conservatismo, habiendo sido
ungido con la investidura de Senador en una pugna electoral muy aguerrida, para
el período 62-66. Antes, precluido su período en la Cámara,
se desempeñó como Secretario de Educación Departamental en
los inicios del gobierno del Dr. Miguel García Herreros (1960- 1961). Es
colaborador del Diario de Colombia, y en Cúcuta funda el Radioperiódico
El Viento. y más tarde el semanario del mismo nombre, los cuales constituyen
el medio de divulgación de sus ideas. Estos órganos de expresión
perduran hasta su fallecimiento en 1964. La
actividad parlamentaria de Cote, no estuvo signada por el silencio. Muy por el
contrario, hubo de intervenir en debates de significación en donde brilló
por su expresión, por su gesto de orador parlamentario, por el contenido
de la exposición y la dialéctica en la argumentación. Un
repaso de sus intervenciones nos acerca a esta faceta, por cierto no estudiada
de Eduardo Cote. En
la sesión del 6 de Noviembre de 1958, cuando se discutía la tercera
acusación contra el General Rojas Pinilla por Abuso de Autoridad e Indignidad,
propuesta por el Representante Mario Latorre Rueda, fundamentada en la orden que
había dado el General Rojas Pinilla en su visita a la Isla de San Andrés,
para que se pusiera en libertad a cuatro detenidos, quienes habiendo cumplido
la pena, se encontraban en reclusión, pendientes de que la sentencia sufriera
el grado de Consulta. A propósito de la discusión de esta proposición,
Cote hace un detallado análisis de la gestión del General Rojas
Pinilla; se refiere al respaldo que él recibió en los inicios de
su mandato, de los errores en los cuales incurrió, de la defensa hecha
por la actitud que constituía objeto de la proposición de acusación,
hecha por el periódico El Tiempo y por personajes de la talla de Alejandro
Galvis Galvis y Caliban, para concluir anunciando su voto negativo. Su posición
política inicial, que fue la del Movimiento Independiente acaudillado por
Gilberto Alzate Avendaño, queda consignada en su exposición del
24 de Noviembre de 1958. En
esta oportunidad su planteamiento sobre el Frente Civil, se desarrolla de manera
metódica y sistemática. En una extensa intervención trata
del 10 de mayo y sus antecedentes del Plebiscito o Fundamentación Teórica
de el Frente Civil: y, el funcionamiento de el Frente Civil dentro de el gobierno,
concluyendo: "Quiero manifestarque el Movimiento Independiente, es la expresión
de las masas populares del Partido Conservador. Aún más, que es
el vocero de una clase oprimida y de un País que está en estos momentos,
como lo estuvo antes, siendo presa de los intereses de algunos grupos oligárquicos..."
En la sesión del 3 de febrero de 1959, cuando se adelantaba la discusión
de una proposición sobre el alza de buses, manifestaba: "La
situación social creada por la crisis económica, la voracidad de
los capitalistas, y la continuación del mismo sistema implantado en el
País desde hace mucho tiempo, y desarrollado ahora, llevándolo a
las últimas consecuencias, con un régimen que es vocero únicamente
de las clases oligárquicas, hace indispensable que esta Corporación
tome conciencia de sí misma y se decida a afrontar los problemas, es decir.
que exija al Gobierno soluciones rápidas y eficaces a la situación
social que vive el País...". En
la misma sesión, vuelve a criticar la forma como se llevó a cabo
el Plebiscito, y la actitud asumida por el Dr. Laureano Gómez cuando apoyó
para el primer periodo la candidatura del Dr. Alberto Lleras Camargo. Decía
al respecto: "El Dr. Gómez para quitarse de encima la responsabilidad
de que echaran a los empleados conservadores de las posiciones burocráticas,
le dio el espaldarazo al candidato presidencial...". Cabe anotar que, a raíz
de la escogencia de candidato presidencial para el primer periodo del Frente Nacional,
el Dr. Gómez produjo una lista de candidatos, integrada por los senadores
y representantes conservadores en ese momento en ejercicio. Eduardo Cote, quien
apareclóen esalista, se apresuró, en carta dirigida al Dr. Gómez
que la prensa nacional publicó en su tiempo, a declinar esa nominación.
En otra parte de esta
misma intervención, luego de reiterar sus críticas al manejo económico
dado por el Gobierno, concluye así: "Se
ha dicho que los independientes son el antipartido. Vamos a continuar diciéndole
al País que esta forma de abuso capitalista, propiciado por las clases
oligárquicas de los partidos liberal y conservador, hará crisis
de un momento a otro, y Dios quiera que encuentre alguna fuerza organizada. De
ahí mi llamamiento a los hombres de izquierda para que en estas campañas
nos unamos en contra de ese frente oligárquico y totalitario que está
acabando fon el país y que está dirigiendo la economía de
una manera nefanda...". En
la sesión del 26 de febrero de 1959, con ocasión de la discusión
de una proposición sobre el envió de una comisión de la Cámara
a varias ciudades, con el objeto de estudiar sobre el terreno la causa de las
Invasiones, Cote interviene para solidarizarse con la invasión al Barrio
"San Luis" en el sector que vino a denominarse Barrio La Libertad de
la ciudad de Cúcuta. En esa intervención decía, lo siguiente: "Refiriéndome
al caso concreto de la invasión de San Luis en Cúcuta, manifiesto
siguiente: la escasez de vivienda que en Cúcuta es alarmante, unos suburbios
hechos de lata y que se alquilan a $20.00, $30.oo y $50.oo, dinero que algún
capitalista de nombre extraño seguramente ha sido una de las causas por
las cuales se ha hecho la invasión...". Como se recuerda, en este
conflicto social intervinieron en favor de los menesterosos el primer Obispo de
Cúcuta, Monseñor Luis Pérez Hernández. Habiendo citado
al señor Ministro de Comunicaciones, para que informará sobre la
posible venta de la Televisíón Colombiana en la sesión del
17 de marzo de 1959, analiza la vida cultural del País, argumenta que en
Colombia se mueren más los alfabetas aumentan los analfabetas, sosteniendo
que es al Estado y no a los particulares a quien corresponde llevar a la nación
la cultura y la educación. Se refiere a la Televisión como monopolio
del Estado en los paises avanzados de Europa en ese momento. Trata lo relacionado
con los programas de tipo comercial y los de tipo cultural; destaca la labor cultural
que en el momento cumple este órgano de divulgación. Se refiere
a las redes Internacionales que pretenden controlar la Televisión en América
Latina, el pago de la prensa nacional por parte de la industria y su inconveniencia,
concluyendo en que la Televisión es un instrumento de cultura, que no debe
ser privatizado. Sobre
este mismo tema es importante destacar su ponencia para primer debate en el Senado
de la República, al proyecto de Ley "Por el cual se dictan normas
sobre el servicio de Telecomunicaciones y Radíodifusión y para la
utilización del Espectro Electromagnético", la cual es como
un complemento a su intervención sobre la privatización de la Televisora
Nacional que ya se planteaba desde esos tiempos. A lo largo de esta exposición
de motivos, se pone de presente el dominio de la materia tratada desde el punto
de vista de la Televisión, las Telecomunicaciones y la Radiodifusión,
como servicio público, y desde el referente a las modificaciones del proyecto
original con la sustentación respectiva, ilustrada con el proceso histórico
desde el año de 1936 y sus protagonistas, entre quienes destaca a Alfonso
Aragón Quintero, Francisco Lemos Arboleda y Víctor Mosquera Chaux. El
3 de Agosto de 1959, inicia el debate sobre el Servicio de Inteligencia Colombiano,
circunstancia que aprovecha para formular fuertes criticas a la Rehabilitación,
Institución creada en esa época para atender a las personas que
habiendo dejado las armas se las conocería hoy con el nombre de reincertados. El
debate se centra en las torturas de que fue víctima el señor Luis
Eduardo Otelo, líder sindical en lo que se llamó "la operación
café tinto", a propósito de una huelga de servidores bancarios
que se gestaba entonces. Con ocasión del traslado del Grupo Maza al municipio
de Arboledas, interviene en la sesión del 26 de Agosto de 1959, para denunciar
el peligro de alteración del orden público. En esta oportunidad
formula graves acusaciones al Gobernador Carlos Vera Vlllamizar por este hecho,
y por no hacer ninguna inversión en el Departamento, no obstante disponer
de suficientes recursos. En este debate intervienen sus compañeros de bancada,
los doctores Jacinto Rómulo Villamizar Betancurt y Luis Jesús Romero
Peñaranda. El
3 de diciembre de 1959, cuando es citado el Ministro de Obras para que Informe
sobre la construcción de un tramo de la carretera Panamericana, hace la
crítica al proyecto por ausencia de presupuesto para la ejecución
de la obra, y formula severas críticas a la alianza del Laureanismo con
el partido liberal. El 25 de noviembre de 1959, al discutirse el aumento
de asignaciones a los funcionarios del Poder Judicial, interviene para apoyar
la iniciativa, pero a la vez ataca el "Mico" incluido en el art. 7 del
Proyecto en discusión, que creaba el Tribunal del Distrito Judicial de
Cúcuta. La razón por la cual Cote fue opositor a la creación
del Tribunal Superior de Cúcuta, tenía su fundamento en antecedentes
históricos. En efecto, cuando se creó el Departamento Norte de Santander
formalmente en 1910, los dirigentes Pamploneses y Cucuteños celebraron
un pacto de caballeros, según el cual, Pamplona seguiría siendo
Sede Obispal y asiento del H. Tribunal Superior y Cúcuta la Capital del
Departamento. Paradójicamente hubo de tocarle a Eduardo Cote como
Gobernador, dar posesión a los primeros dignatarios del H. Tribunal Superior
de Cúcuta, creado a instancias del Dr. Julio César Pemia. En este
apretado resumen de sus intervenciones, que no son otra cosa que su quehacer político,
destinadas a ser fuente de información para el perspicaz investigador,
se presenta a Eduardo Cote dedicado a esta actividad apasionante y posesiva, con
una actitud coherente, decidida, vertical, correspondiendo a sus convicciones
y a su temperamento, lo que le valió, a no dudarlo, la adhesión
y estima de quienes lo acompañaron en su carrera estelar. Recorrió
todos los caminos de la democracia, y la muerte lo encontró en La Garita
al amanecer del 3 de Agosto de 1964. cuando iba a dejar la Gobernación
del Departamento, para ingresar al Gabinete del Presidente Valencia como Ministro
de Educación Nacional en reemplazo del Dr. Pedro Gómez Valderrama
quien había sido nominado Embajador en Moscú, tal como les consta
a los parlamentarios Alzatistas de la época que concurrieron en las horas
de la noche a la casa del Dr. Antonio José Uribe Portocarrero, el día
1 de Agosto de 1964. Cúcuta,
Agosto 26 de 1994 Fuentes:
Intervenciones, Versión Copia a máquina, Sría. General Cámara
de Representantes. La Sombra de Cote, Juan Pabón Hemández.
Offset La Opinión. Cúcuta 1993. La obra Literaria - Eduardo
Cote Lamus. Guillermo Alberto Arévalo 1974. VOLVER
A ÍNDICE
MARIA
MERCEDES CARRANZA Eduardo
Cote Lamus: Un poeta de los años 50 Cuando Eduardo Cote Lamus
llegó a Madrid en el año de 1951 ya había publicado su primer
libro, titulado Preparación para la muerte. Era un joven de 23 anos,
delgado, con un rostro extraño en el cual dominaban los ojos decididamente
oblicuos, achispados, y la breve y aguda barba que se movía puntualmente
al compás de su hablar atropellado, con dejos de tartamudez. Casi
recién salido de su comarca de Cúcuta, dejaba ver el asombro de
quien descubre el mundo. Pasaba las penurias económicas de los estudiantes
e incurría en una bohemia que hizo su historia en el Madrid de entonces:
aun hoy hay quienes recuerdan su asombro cuando supo que una copa de brandy valía
apenas dos pesetas y decidió comprar todas las existencias del bar donde
se encontraba, lo hizo cerrar y con los desconocidos parroquianos que allí
había se lo bebió, gastándose así los viáticos
que su padre le había dado para los primeros meses en el exterior. Enamoradizo,
escribía apasionados versos de amor que publicó en 1953 con el título
de Salvación del recuerdo. Estudiaba y eran frecuentes sus visitas
a la calle Wellingtonia 3 para ver a Vicente Aleixandre; allí, en ese jardín
arbolado donde acostumbraba a recibir el poeta español, muchas tardes Cote,
deslumbrado por la admiración y conquistado por la amistad generosa que
Aleixandre le ofrecía, charló con él de poesía y estas
charlas dejarían una huella en la suya, como ya ha sido señalado
oportunamente por sus críticos. En
esta época hace también amistad con Hernando Valencia Goelkel, con
quien más tarde formaría grupo generacional en compañía
de Gaitán Duran, Jorge Eliécer Ruiz y Pedro Gómez Valderrama,
entre otros, alrededor de la revista "Mito".
En el año 54 es nombrado cónsul en Frankfurt y allí concluye
un libro que había comenzado a escribir tres años atrás;
tiene ya 26 años, edad que en su apretado proceso poético equivale
a décadas de experiencia. Ese libro, titulado Los Sueños,
representa el primero de importancia de los cinco que en total constituyen su
obra. En Los sueños comienzan a esbozarse las líneas de su
poesía futura: es un libro denso y un tanto hermético, en el que
la exaltación de sus vivencias personales ha sido dejada a un lado para
abrir paso a un ejercicio de carácter reflexivo, con el que intenta ya
elaborar claves o símbolos, más que narrar anécdotas personales.
Tal vez su vida en Alemania le ha hecho cambiar de hemisferio cultural y su contacto
con otras literaturas comienza a alejarlo de sus influencias primeras. Hernando
Valencia Goelkel escribió como prólogo al último libro de
Cote, Estoraques, un inteligente análisis de toda su poesía
y en él señala dos aspectos que son importantes de recordar. El
primero tiene que ver con la coherencia que muestra la obra de Cote: se advierte
en ella un claro proceso evolutivo hacia la madurez, "un progreso reflexivo
y consciente -escribe Valencia- sustentado al parecer, en negociaciones: el poeta
busca empobrecerse de cuanto no resulta primordial, de todas las riquezas que
comienzan a volverse espúreas e inimportantes". Y, como segundo punto,
en sus obras posteriores a Los sueños, es decir en La vida cotidiana
(1959) y en Estoraques (1963), logrará conciliar, anota también
Valencia, los elementos de sus primeros libros, o sea: lo concreto y lo anecdótico,
con lo abstracto y grave que predomina en Los sueños. Tengo
personalmente gran afecto por este libro de Cote. Aunque es innegable que el más
notable es La vida cotidiana, en el que prevalece esa característica
de conciliación anotada por Valencia Goelkel, característica que
en últimas constituye su aporte personalísimo a nuestra poesía.
En Estoraques, a mi parecer, regresa al sobrio hermetismo de Los sueños,
pero de otra manera: hay una mayor sabiduría expresiva y una coherencia
conceptual deliberada para dar a ese gran poema resonancias de envergadura épica. He
hablado de sobriedad y es esta tal vez la gran lección que da Cote Lamus.
En ese proceso hacia el ascetismo que describe Valencia Goelkel, es fácil
advertir cómo llega finalmente a la necesidad de pesar y medir cada palabra
hasta volverla insustituible en el poema. Y esto es tan cierto que, para probarlo,
no habría más que señalar cómo el adjetivo va perdiendo
importancia y en algunos momentos incluso desaparece. La razón de
esta preocupación por la sobriedad resulta hoy clara. Para mí es
evidente que la ruptura definitiva con "Piedra y Cielo" la realiza con
su obra Cote Lamus. Más aun: me arriesgo a decir que el último "piedracielista",
con el furioso resplandor del ocaso y con sus muy personales dosis de erotismo
y de preocupación existencial, es Jorge Gaitán Duran. Pero Cote
Lamus se propone ya muy conscientemente marcar diferencias rotundas. Y si el "piedracielismo",
en sus expresiones más destacadas, se caracterizó por la emotividad.
Cote en su proceso de maduración se inclina hacia lo reflexivo; si el "piedracielismo"
encontró un regusto en la palabra "bella". Cote busca la palabra
exacta; si el "piedracielismo" goza con la exuberancia verbal. Cote
prefiere la contención; si el "pidracielismo" ama el mundo físico,
Cote se inclina por el inundo de lo racional: si la poesía del "piedracielismo"
en ciertos momentos pudo ser popular, Cote hace una poesía hermética,
de difícil acceso. Tal
vez la única atadura que mantiene con el "piedracielismo" es
el gusto marcado por la metáfora. La aceptación de tal herencia
es más que natural, pues uno de los aportes de este movimiento desde el
punto de vista formal -como lo anotó en su momento Gaitán Duran-
está en haber incorporado a la poesía colombiana los hallazgos de
los poetas del "27" español, del "creacionismo" y de
la "vanguardia" en general. En cuanto a la renovación de la metáfora,
con ésta como asociación ilógica, desconcertada del rigor
conceptual. Sin embargo, en Cote, claramente influido por los poetas del "27"
español, que a su vez al "descubrir" a Góngora tomaron
de él el manejo de la metáfora, ésta es con bastante frecuencia
de características culteranas, en lo cual no incurrieron los "piedraclelistas". Y
si es cierto, como pienso, que Cote representa la ruptura definitiva con "Piedra
y Cielo", vendría a ser el poeta por excelencia de los años
50. No creo que resulte casual que hubiera publicado cuatro de su libros durante
esa década y que entre el primero y el último medien apenas 13 años:
esto quiere decir, sencillamente, que toda su obra, desde su época primeriza
hasta su meteórica madurez, está concebida y escrita en el ámbito
histórico de esa década decisiva para la vida colombiana, decisiva
porque como sabemos, marca una ruptura total con el país que se vivía
hasta entonces. Y Cote Lamus, desde el territorio poético, registra esa
ruptura en forma tan tajante como la que se produjo en los otros niveles de la
vida nacional. ¿Cómo
lo registra? Ese es otro cantar. Ya se ha escrito suficiente y muy superficialmente
sobre el presunto escapismo del grupo de intelectuales de "Mito". En
ese sentido la madurez está, sin duda alguna, en comprender que el poeta
busca fines diferentes y utiliza herramientas distintas a las del historiador,
el periodista o el político. Su trabajo es a otro nivel, y su compromiso
está en crear para su realidad una dimensión, un espacio poético,
inteligente y valioso dentro de la literatura. Y si lo logra, su realidad pasa
a convertirse en la realidad de todos. Y en este sentido Eduardo Cote cumplió
su obra. Por eso lo leemos y lo recordamos hoy, cuando se cumplen 30 años
de su muerte.
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A ÍNDICE MATEO
CARDONA VALLEJO
Un poeta en la selva "Aquí
ya sucedió el juicio final. Lo demás son huellas, son restos, testigos
de lenguas cortadas por las espadas de los ángeles" . Eduardo Cote
Lamus Enmarcada dentro del periodo que va desde la dictadura de Rojas
Pinilla hasta el Frente Nacional, con las llagas todavía abiertas de los
años de violencia, 'Mito" -y los poetas que constituyeron su sustentación-
no se confinó en la Torre de Marfil de las disquisiciones puramente estéticas.
Guardando las distancias que su naturaleza le imponía, intentó la
definición de la cultura nacional desde una perspectiva moderna y cosmopolita,
ejerciendo su crítica más allá de los compromisos con las
fuerzas políticas en la oposición o en el poder. Los poetas de "Mito"
inauguraron en Colombia una postura ante la poesía y la vida firmemente
arraigada en la suerte del hombre cotidiano y la historia social del país. Eduardo
Cote Lamus (1928-1964) dejó, en su obra literaria, numerosas pruebas de
esto que Jorge Gaitán Durán llamó "pasión por
la realidad". La lectura de sus volúmenes muestra un largo proceso
de depuración, que culmina en Estoraques (1963) tras pasar por sucesivas
etapas de despojamiento formal. La crítica ha subrayado a menudo cómo
en sus inicios -los de Preparación para la muerte (1950) y Salvación
del recuerdo (1953)- su poesía tendía a la confesión
y el sentimentalismo, rasgos que a nuestro juicio expresan la lucha del poeta
contra la tradición retórica de la lírica colombiana e hispánica
en general. Ya en su segundo libro, sin embargo, se entrevé el derrotero
de su poesía posterior a través de la búsqueda de la objetividad
poética, la economía de recursos, un acendrado idealismo humano
y, a contra-corriente, una oscura intuición de la muerte. Entre esta primera
etapa y la consagración de Estoraques dejó dos libros que
dan fe de la transición que se operaba en su sensibilidad: Los sueños
(1956) y La vida cotidiana (1959), donde prima el elemento coloquial y
narrativo. En el intervalo entre uno y otro, sin embargo, escribió su poco
conocido Diario del Alto San Juan y del Atrato (1958), que es el que nos
ocupa. Inicialmente publicado en las páginas de "Mito",
sorprende que el Diario no haya alcanzado forma de volumen sino hasta 1990: sus
escasas aunque densas sesenta y cinco páginas recogen una verdadera obra
maestra del genero de las crónicas de viaje, y aportan una valiosa y diferente
perspectiva para juzgar mejor su obra en verso. La anécdota que le dio
origen fue el desplazamiento al Chocó de la comisión de la Cámara
de Representantes integrada por los doctores Machado, Lozano Garcés, Torres
Poveda, Delgado y Restrepo, además del poeta, para atender las inquietudes
de los habitantes de esta región del país, proverbialmente azotada
por el abandono y la desidia del gobierno central. El Diario del Alto San Juan
y del Atrato recoge las impresiones del poeta en la semana del 12 al 18 de
septiembre de 1958, en un periplo que abarca las dos grandes regiones culturales
del departamento del Chocó: al sur el Alto San Juan con sus placeres de
oro y entrañas de platino, escenario de la sempiterna pugna entre paisas,
indígenas y negros; al norte el Atrato y su delta, milenaria ruta migratoria
hacia Panamá y el Caribe, que contiene en sus márgenes una mescolanza
humana tan sólo comparable a la que puebla las orillas del Ganges recreadas
por Jorge Zalamea en su "Sueño de las Escalinatas". Hoy
en día aun es posible recorrer el mismo itinerario de Cote por el Chocó.
Nada ha cambiado, a no ser por la desaparición de la Chocó Pacífico,
cuyas dragas y edificaciones, abandonadas hace tiempo, van siendo lentamente digeridas
y asimiladas por la selva en su labor reparadora. La Tierra paciente castiga así
a quienes pretenden saquear sus visceras minerales: sin alardes, ni afanes, ni
ruidos: tan solo con el murmullo que producen los brotes de las trepadoras al
desplegarse. Cuando se entra al Chocó, los hijos de los personajes del
diario de Cote le salen a uno al encuentro, repitiendo los mismos gestos y palabras
que encantaron en sus días al poeta. Asomarse a la piel de sus ríos
intentando descubrir en el propio rostro un rasgo que lo diferencie de los rostros
de otros Heráclitos y Budas, puede servir para cartograflar los pasos que
llevaron a Cote de la introspección a la visión del hombre común
abocado a la muerte. Su pasión por el paisaje, dramáticamente expresada
en su visión de los estoraques nortesantandereanos, encuentra aquí
su origen; si allá es el viento el que trae la muerte y la derrota, la
aniquilación de toda plenitud pasada ("En llamas la ciudad y ardiente
viento / recorre encloquecido los recintos, / casas de citas, antiguos almacenes
/ de amor. fuego encendido, turbio fuego / que a los muertos abrasa frente a frente
/ a la muerte. "). aqui es la lluvia y el trueno dando y quitando la vida:
"Los truenos hacén temblar el río. Es la locura de la
selva. Todos los afluentes del Atrato se confunden de cauce y cegados por el miedo
buscan apresuradamente sus desembocaduras. Un rayo se clava en tierra y salta
un manantial. El agua ruge. Es un ruido de instrumentos de percución, de
cuerpos amándose con furia". La
lluvia del Chocó no se parece en nada a la lluvia civilizada de las Españas:
cala los huesos, desoladora, revelándole a los hombres su infinita impotencia.
Cote llega al Chocó a descubrir el elemento acuático, del que derivan
sus tres cuartas partes. Humedad atmosférica, lluvias, ríos: el
agua reina en estas selvas. El 12 de sepliembre, a propósito del San Juan,
anota en su diario: "El
río es mil veces un arco. Porque el río no es solo el andar, el
oro del fondo, el platino del subfondo, el verde compacto de las riberas: es el
rey de la selva. Y sabe comportarse según su rango" El
San Juan se metaforsea en un negro ebrio que se dispone a dar rienda suelta a
toda su insatisfacción, a soltar el dique de una paciencia sostenida por
siglos: "Y el río San Juan no huye sino permanece: es el animal más
grande de la selva". El
hombre que se balancea sobre sus lomos no es más que un insecto, grande
si es observado en el microscopio. las córneas amarillentas de este negro
borracho poco han sido formadas en la clemencia: miran a los blancos con reservas. Cote
se estrelló con la realidad humana del Chocó ese mismo 12 de septiembre,
en Andagoya, mientras soportaba el espectáculo de una sociedad segregada
según el modelo de Mobile, Atlanta o Balón Rouge: "La
Andagoya gringa, la del Staf de blancos colombianos, la de la élite negra
y la de los negros de verdad, es decir, la explotada, es un conglomerado extraño
donde se encuentran diferenciadas también las debilidades humanas: a los
unos no les importa sino sacar oro y platino, pagar sueldos de hambre y explotar
más: a los otros les interesa estar bien con los yankees, odiar a los negros,
ser áulicos de los extranjeros y vivir cómodos; los "negros
de la clase A" saben bien que tienen preeminencia y son cuidadosos en los
juicios sobre la Compañía, sobre el trabajo, muy cautos; los que
viven en el otro lado, si bien son más alegres, debido a la explotación
que han sufrido desde hace muchas generaciones, al abandono del gobierno central,
tienen algo de resentimiento, resentimiento que se borra cuando se habla con ellos
como iguales, cuando se les da la razón, cuando no importa que uno sea
blanco y ellos negros como las palabras". Pero
no debe creerse, por este intento de radiografía social de Andagoya, que
el poeta Cote andaba por el Chocó intentando sociologismos. El conocimiento
poético es de otro orden: se preocupa por la verdad más acá
de las teorías, y tan solo puede acordarle cierta preeminencia a la percepción
sensorial, con todo lo ilusorio que ella pueda comportar. Prueba de ello es la
anotación que Eduardo Cote hace de su primer encuentro con el doctor Fresnedo,
alcalde de Condoto: "El alcalde llegó al restaurante con
un paraguas que colgaba de su brazo. Pensé que llevaba sombrero. Lo vi
debajo del sombrero. Luego observé que no lo tenia sino que era su propia
sombra hacia arriba". En
el Chocó que percibe Cote las sombras pueden proyectarse, en pleno día,
hacia arriba ¿Efecto de un sol peculiar que en esas latitudes alumbra desde
el nadir, o grave proyección de la dignidad de tan alto funcionario? ¿Quién
puede saberlo? ¿Es un sombrero prenda, o atributo? Resulta difícil
establecerlo, pero lo cierto es que en el Diario hay una aproximación al
distanciamiento de la realidad de la que sólo puede responsabilizarse a
un poeta perdido en selva. Este, que es un tópico recurrente en nuestra
literatura -piénsese en el ascenso de Efraín por el río Dagua
en"Maria", o en los delirios febriles del Arturo Cova de "La Vorágine",
se transforma radicalmente en el Diario, en virtud de que su protagonista no es
ya el romántico rentado a la naturaleza cuanto un observador esencialmente
objetivo, atento a descubrir la veta de verdad poética que subyace al ámbito
selvático, no ya hostil sino humanizado, empobrecido en el comercio con
los hombres: "Las casas avanzan sobre el río con sus innumerables
piernas, firmes en su movimientos, y alerta montan guardia: son el comienzo del
dominio del hombre". Eduardo Cote Lamus no puede sustraerse a los cuadros
épicos que se desenvuelven ante sus ojos. La íntima ternura que
pareciera dictar los actos de los habitantes de las riberas del Alto San Juan
atrae mas su atención que la selva ulcerada a fuerza de motobombas y machetes,
motosierras y fuego. Tras resistir al terrible encanto del paisaje natural, el
poeta sucumbe ante al coraje de sus anfitriones chocoanos, héroes tanto
más impresionantes cuanto no han perdido su escala llanamente humana. Observándolos
se da cuenta que la magia no puede surgir tan sólo de los elementos naturales
y su desquiciamiento, cuanto de su apropiación por parte de una cultura
que los humaniza. Sin embargo, Cote no intenta desentrañar el
misterio mediante recursos del intelecto: se limita a registrar su asombro. Describe
los pliegues del velo sin llegar a descorrerlo, con un respeto reverente que excluye
toda ironía para preservar el encanto de sus visiones y hacerlo comunicable.
De ahí que la realidad se muestre tan generosa con el poeta. A través
de su viaje, y corno una condensación de lo que está ocurriéndole
a su propia obra lírica, innumerables ep¡sodios le muestran que la
poesía no es algo que ocurra exclusivamente al interior del individuo sino
que alienta alrededor suyo, impregnándolo todo. "Desde una
de las ventanas nos saludaba a larga distancia el orador. Este, según se
me informó, es présbita y prefirió vernos de lejos y decir
su discurso. Cuando llegamos al pie de la casa donde el comisionado hablaba, tuvimos
la impresión de que se iba a caer. Una ráfaga de viento le arrebató
los papeles de las manos, pero el orador, impávido, continuó mientras
unos niños corrían por las hojas; cuando las trajeron ví
con asombro que estaban en blanco". (...) "La especialidad
de los niños tadoseños es la de lanzar piedras con el pie. Introducen
el guijarro entre los dedos gordo y corazón, mueven hacia atrás
el pie para coger impulso y lo tiran dando siempre en el blanco con precisión
inevitable". A
lo largo de las páginas del Diario éstos y otros prodigios crean
una atmósfera suprarreal donde los personajes transitan en un continuo
desfile, aparecen fugazmente para perderse de nuevo en la barabúnda de
una enorme fiesta sin tiempo ni lindero, esencialmente idéntica en Andagoya
o Condoto, en Cértegui, en Beté, en Nóvita o en Tadó,
y repetida en la otra fiesta, la de las palabras en la prosa de Cote, negras bailando
al compás de tambores africanos. Al encuentro con el agua sucede el encuentro
con la tierra. "En verdad, el tiempo no contaba, no cuenta. El
tiempo queda atrás. El tiempo en la selva lo mide la velocidad del viento,
la inclemencia de la lluvia, la creciente de los ríos, la lejana pregunta
de un pájaro salvaje y la respuesta tremenda de las ñeras".
(...) (El Atrato en la oscuridad) "es una inmensa piel de culebra
negra sobre la cual caen las sombras de los árboles ribereños como
respetuosos y espantados, llenos de pavor, pero sumidos por el miedo".
Poco a poco, el poeta verifica que no estamos en la tierra sino que somos
parte de ella. Esta certeza poética se trasluce en el Diario, que se despoja
progresivamente de elementos ingeniosos en pos de lo sencillo y más sutil.
El lenguaje ya no nombra la prodigiosa belleza arábiga de las hermanas
Luzmila y Yamila ni a Malaquías, e] trompetista con dolor de muelas, sino
a hombres y mujeres anónimos consubstanciados con la tierra.
"Al mirar la canoa que venia en dirección contraria a la nuestra y
por la opuesta ribera, no se sabía a ciencia cierta quién iba, si
los árboles del lado o la embarcación. Eran uno solo". (...)
En el tiempo de la
selva la canoa vuelve a convertirse en árbol, nunca ha dejado de serlo.
Lo natural y lo humano aquí no están opuestos: forman una unidad
indivisible y diversa, como en este "diálogo de Tagachi":
-Y usted qué
hace? -Cultivo la tierra. -Qué tal la cosecha? -Está
pariendo el arroz. La
compenetración del propio poeta con esta tierra también ha de rendir
frutos. Cote nos cuenta cómo las gentes y ritmos del Chocó le trajeron
al espíritu unos versos de Góngora -"se quejaba al ronco son
/ del remo y de la cadena"- y súbitamente abandona la prosa para improvisar
coplas, versos chocoanos que en nada recuerdan los de Los sueños
pero que acaso presagian el tono coloquial de La vida cotidiana
"COPLAS SUELTAS" La negra Josefa tiene muchos cuerpos
para dar: unos los deja en la cama y otros llfüa en el andar.
La garza sola en el día es luna de Opogodó: el sol
es blanco en la boca de Anita de Apartado. El oro lo roba el gringo.
el plátano el Panamá: no queda sino tristeza y remá,
remá, remá. Ya todo es luz y silencio, sube el negro
río arriba, la tarde se le desploma al son del agua en el remo,
al son del remo en el agua. El
día se pierde en la selva, la noche sale a pescar: vale decir
que es un negro que nada puede olvidar. La poesía se ha convertido
aquí en un acto de agradecimiento por la vida. Como ha dicho Hernando Valencia
Goelkel respecto a La vida cotidiana, "Cote Lamus no establece una
jerarquía de los sucesos, no los separa en solemnes y triviales; a todos
los recubre esa como veneración de los actos que está en el centro
de su poesía". Esta, como la vida, sólo puede realizarse en
el mundo y al lado de los demás, en armonía como las leyes de la
naturaleza. Entretanto, los temas de la soledad, el dolor y el silencio, dejan
entrever una intuición de la muerte como afirmación de la vida y
la conciencia.
Descendiendo hacia las bocas del Atrato, en pleno Golfo de Urabá, el poeta
reconoce en el transcurrir unívoco e inevitable del agua, en los innumerables
ríos y caños que confluyen para desembocar juntos en el mar, otra
imagen del ciclo vida-muerte. En cercanías del océano la naturaleza
se transfigura y hasta la lluvia, que más al sur es siempre torrencial,
en esta latitud es reemplazada por las secas tormentas de relámpagos del
Darién, que iluminan en el cielo del Golfo un día mentido a la medianoche.
Llegó al final la comisión a la tristísima ciudad de Turbo,
"especie de arrabal medelllnense" según palabras de Cote Lamus,
donde "un busto, de don Gonzalo Mejía, Increíblemente cursi,
señala con el brazo el barrio de tolerancia". Nada más alejado
de la legendaria ciudad de Santa María la Antigua, enterrada bajo siglos
de follaje entreveramiento de raices y lianas. Comarca de piratas, prófugos
y contrabandistas, el extremo norte del Chocó posee, en las páginas
finales del Diario, el relente de la muerte, del final del viaje. El poeta adquiere
conciencia plena del destino de los hombres y la tierra, y en el apego a la vida
imagina en la construcción del canal Atrato-Truandó la redención
de toda la miseria, sin sospechar siquiera que treinta y cinco años más
tarde muchos chocoanos, y muchos colombianos de todas la razas y regiones, se
opondrán a una empresa que amenaza exterminar una de las selvas más
frágiles del mundo, milenarias culturas indígenas y entregar soberanía
nacional al eterno intruso a cambio de unas dádivas dudosas. Porque, ¿puede
acaso llevarse el progreso a un pueblo sin privarlo de su dignidad? ¿Es
peor la miseria atávica que la que se vive bajo la férula del capataz
extranjero? ¿Real el progreso a ese precio? No corresponde a los poetas
absolver estas incógnitas. Ellos tan solo se ocupan de restaurar el diálogo
entre el individuo histórico y el eterno humano. Lo suyo es la fiesta,
el amor y sus epifanías, así la muerte dibuje visajes tras del velo.
El poeta, como el místico, el loco o el niño, vive un eterno presente
y, por preservarlo, es capaz de darlo todo, incluso su arte y su propia vida.
Seguir, a través del Diario el itinerario de Cote Lamus por los ríos
y las selvas del Chocó, internarse en sus honduras sin mediación
de libro alguno, es participar del festín de los sentidos al que el poeta
nos ha invitado. Que se apresuren, pues, los viajeros: ojalá lleguen al
Chocó con la misma respetuosa veneración de Cote Lamus quien, al
termino de su viaje, descubrió que desde siempre había amado estas
tierras. Dicen los renglones finales de] Diario: "Yo
comencé a amar el Chocó cuando niño, al dibujar un mapa de
Colombia. El lápiz iba subiendo desde el sur en la frontera ecuatoriana
e iba poniendo límite al mar, recogía la desembocadura de los ríos,
pintaba las ensenadas, la rosa abierta de los deltas del San Juan y del Baudó,
las bahías: la de Catripe, la de Cuvita, la de Birudó; le robaba
al Pacífico espacio para dejar listo al Cabo Corrientes con el pico de
Arusi encima en el que culmina la serranía del Cugucho; devolvía
el lápiz y pintaba islas, los pequeños morros, el geme de la mano
que comienza en la Bahía de Utría y termina, en la de Solano, después
de haber hecho un círculo con el nombre de Nuquí; y así,
litoral arriba hasta llegar a Panamá. Cuando ya estaba el mapa listo comenzaba
con los ríos; por abajo el San Juan y el Baudó, por arriba el Atrato
y sus cientos de afluentes; las escasas serranías, los pueblos lejanos
casi todos terminados en dó. Después pintaba dos barcos por saber
que allí" quedaba el mar: uno grande en el Pacífico y otro
más pequeño en el Golfo de Urabá. Como la imaginación
no me faltaba, dibujé la unión de los océanos por el paso
del Truandó. Cuando ya el mapa estaba listo lo miraba desde lejos y me
parecía una muchacha. Y pensaba que los ríos, esos de nombres tan
sonoros, no eran la realidad. Veinte años después he comprobado
que el Chocó es u n cuerpo de negro lanceado por las armas fluviales de
las lluvias y los ríos. desnutrido, abandonado a las enfermedades y a las
plagas, tragado por la selva y la codicia y bajo el duro sol". "Tierra
idílica; pero también tierra torturada, como las espaldas de los
peones de estiba en el puerto de Turbo. Igual que en los Estoraques, "aquí
ya sucedió el juicio final". Quién iba a pensar que algún
día la suerte de la nación entera se jugaría y perdería
en estos parajes, cuando en virtud de un tratado entre los Estados Unidos y Panamá
se haría necesaria la construcción del canal Atrato-Truandó-
Aquí ya sucedió el juicio final: el país está en venta.
No lo saben los ríos, ni las selvas, ni el autor del Diario. Tan solo el
pueblo Emberá, empeñado en detener las obras de la carretera al
mar que habrá de facilitar los desembarcos, comprende cabalmente la magnitud
del desastre que se avecina. Pero, ¿quién los va a tener en cuenta,
quién atenderá sus reclamos? Ellos son los verdaderos "testigos
de lenguas cortadas / por las espadas de los angeles". Los blancos ángeles
que descienden del altiplano a bordo de sus plateados helicópteros, pues
hace ya tiempo que las comisiones gubernamentales dejaron las canoas. El
Diario del Alto San Juan y del Atrato no es solamente una curiosidad en la obra
de Eduardo Cote Lamus. Además de constituir un compendio de las impresiones
del poeta en su viaje, posee un valor documental insoslayable, aunque sea para
determinar que en cuarenta años las condiciones de vida de los chocoanos
no han cambiado mayormente. Su
mérito principal, con todo, sigue siendo intrínsecamente literario
y poético: en el Diario, Cote Lamus lleva hasta sus últimas consecuencias
el ideario con que se presentaba, en mayo de 1955, el primer número de
"Mito": "Las
palabras están en situación. Sería vano exigirles una posición
univoca, ideal. Nos interesa apenas que sean honestas con el medio donde vegetan
penosamente o se expanden, triunfales. Nos interesa que sean responsables. Pero
de por sí esta lealtad fundamental implica un más vasto horizonte:
el reino de los significados morales. Para aceptarlas en su ambigüedad, necesitamos
que las palabras sean". Toda
poética cojea si no reposa en una ética. La ética contenida
en El Diario es poética en el asombro, la lucidez y la objetividad.
BIBLIOGRAFIA:
COTE
LAMUS, Eduardo: Obra literaria. Bogotá, Colcultura, 1976. Antología
poética. Colecciones regionales, N. de Santander, 6. Bogotá, Colcultura,
1983. Diario del Alto San Juan y del Atrato. Bogotá, Fundación Simón
y Lola Guberek, 1990. GARCIA MAFFLA, Jaime: "Eduardo Cote Lamus". Historia
de la poesía colombiana. Bogotá, Casa Silva, 1991. pp. 411-423.
VALENCIA GOELKEL, Hernando: "Exaltación de la anécdota".
Crónicas de libros. Bogotá, Colcultura. 1976.
POLICARPO
VARON Eduardo
Cote Lamus: Lo excepcional I La
Imagen de Eduardo Cote Lamus que ha perdurado privilegia la alegría, la
vivacidad interior, la franqueza de la conciencia de la vida y del designio que
el hombre -el poeta, el intelectual, en su caso - ejecuta al vivirla. Los actos
básicos del periplo de Cote Lamus pueden resumirse así: santandereano
(del Norte), abogado, asociado a los Cuadernícolas, extranjero en España,
diplomático en Alemania (educándose para la poesía), político
(senador y gobernador de su departamento) autor de los libros Preparación
para la muerte, Salvación del recuerdo, Los sueños, Diario
del Alto San Juan y del Atrato, La vida cotidiana, y Estoraques.
Indudablemente lo esencial de sus trabajos concierne a la literatura. Al
explicar el proyecto, la obra de los escritores, pintores, políticos, músicos,
cinematografistas, que comenzaron su labor alrededor de 1950, los conocedores
mencionan cuestiones como estas: ese grupo (a él pertenece Cote Lamus,
que escribió lo central de su obra entre 1950 y 1963) independizó
la literatura, le otorgó una autonomía desconocida hasta entonces
en Colombia, mediante la ilustración y la formación para la vocación
estética; entendió que la justicia de la obra poética concierne
a su belleza, a su perfección en la representación de la realidad
(significado del conocimiento y cu¡dado de la estilización). Memorable
es, también, la exigencia de modernización de la tradición:
la traducción y divulgación de la poesía, narrativa, filosofía,
historia, críticas de libros y de cine que actualizaron la biblioteca colombiana
(Mito), Por último, la certidumbre -vivida, practicada- de que la vida
literaria, la educación, el hombre que se ilustra cumple una misión,
debe ejecutar una labor; vale decir que un escritor o un hombre ilustrado corresponden
a un destino (moral, estético, político, religioso, social). Como
es de conocimiento público, esos atributos de época de personas,
de individuo han dado obras como la del autor que ocasiona estas páginas,
la narrativa de Gabriel García Márquez, la obra de Jorge Gaitán
Durán, la crítica literaria de Hernando Valencia Goelkel, el cine
de Francisco Norden, la crítica pictórica de Marta Traba, la pintura
de Alejandro Obregón, el teatro de Enrique Buenaventura, la rara poesía
de Alvaro Mutis, etc. II
Eduardo Cote Lamus escribió sus primeros poemas en Colombia. Viajó
a España en los cincuentas. La convivencia con los poetas contemporáneos
españoles, un apasionado amor por la poesía del grupo de 1927, fecundó
la vocación, educó al poeta (conocimiento de los temas esenciales,
conocimiento de los procedimientos toponímicos). Su libro Salvación
del recuerdo ganó el premio José Janes en el país mencionado.
La educación de Cote Lamus se completó en Alemania, donde desempeñó
un cargo diplomático. Pero
la formación de Cote, su verdadero arte de poeta se realizó en el
libro titulado Los sueños (1956), un libro escrito en España.
Se trata de un conjunto de espléndida intensidad, de múltiple significado.
¿Por qué? Los sueños es un libro de vasto nombrar
(los temas esencialesde la poesía -el amor, la muerte, el sueño,
el tiempo, la infancia, la memoria, etc.,- visitan estos poemas); la concentración
del verso, la pericia para la síntesis, la brevedad admirable (cada poema
es algo concluido, casi perfecto y bello); la experiencia o el poder del español,
su riqueza metafórica, una reticente posibilidad de decirlo todo... A
Los sueños se les ha criticado su sentimiento de lo abstracto. Son sus
poemas textos en los que la violencia de la síntesis y la precisión
de la metáfora, de la imagen, del sintagma poético alejan del hombre,
de los objetos, distancian al lector. Hernando
Valencia Goelkel, María Mercedes Carranza, Guillermo Alberto Arévalo
y Jaime García Mafla comparten la opinión acerca de la belleza de
Los sueños. Arévalo, en su prólogo a la edición
de la obra de Cote por Colcultura, impugna el carácter abstracto del libro.
Es importante indicar que la madurez que Cote Lamus alcanza en este libro preconiza
sus dos poemarios mayores: La vida cotidiana y Estoraques. III El
epígrafe de La vida cotidiana es de un singular, ¿olvidado?, poeta
francés: Jules Laforgue. Es este uno de los libros, más valientes,
solitarios, de la poesía colombiana. Por estas razones: Cote abre el poema,
amplía los temas, acrece las posibilidades del idioma. Damos
en la colección con poemas que admiten más que equivocaciones o
composiciones, situaciones, sucederes, acciones, hechos de vida, Valencia Goelkel
escribe sobre esta cualidad de La vida cotidiana: "La poesía
de Cote es incomprensible para quien no quiera entender esta deliberada impregnación
en lo anecdótico". Añade el mismo escritor que "Cuando
hablo qué hay anécdota en la poesía de Cote Lamus me refiero:
a) a una experiencia concreta: b) a su metamorfosis poética". Los
ejemplos acostumbrados, para identificar los atributos mencionados, son los poemas-elegias
al padre del poeta, el que versa sobre José Asunción Silva, el titulado
"Meditación de otoño". el titulado "Hogar modelo",
el que lleva nombre en alemán, "An der Gewesenhcít". Cote
Lamus evita lo abstracto, deja la severa síntesis y compone en La vida
cotidiana un verso largo, narrativo, en el cual el lenguaje se llena de realidad,
el verso se enriquece sintácticamente y el sentido del poema se ahonda,
se hace complejo, pleno de encanto por efecto de lo "anecdótico". En
su excelente ensayo sobre el libro, Hernando Valencia Goelkel lo dice con autoridad:
"En casi todo el libro. Cote Larnus habla con la certeza proverbial del vate,
con la claridad misteriosa que quizás no tenía tanto misterio: es
una meditación, una reflexión sobre su materia: el mundo, el tiempo,
la palabra". Desde
luego, la afirmación de que la poesía de Eduardo Cote Lamus deviene
madura por medio de un largo camino de educación y de perfeccionamiento
del arte del poeta, es verdadera. A la trayectoria de Cote se le señalan
precursores indispensables: T-S.Eliot, Bertold Brecht, Antonio Machado, Vicente
Aleixandre entre otros... y su obra alcanza una exigente identidad, una nerviosa
belleza en su libro final: Estoraques. Un extenso poema en el cual el devenir
del poeta, su tributo a la tradición del siglo XX, es "estricto". IV Una
"estimativa" aproximada de la obra de Eduardo Cote Lamus se puede fundar
en la explicación, en el estudio de su palabra, de su verso, de su manejo
del idioma. Sin embargo, acaso el mejor crítico de su poesía, Hernando
Valencia Goelkel, fundamenta en dos razones el valor de aquella:"Una, el
carácter exigente, de la comunicación lírica. No voy a pretender
que la relación entre poesía y lector debe establecerse como si
el poema fuera algo totalmente cerrado y concluso, y el lector una conciencia
tan solo. una subjetividad pura. Pero sí que la lírica ofrece muy
pocas mediaciones, muy escasas aproximaciones. No hay instancias sociales a las
cuales acudir: no hay tampoco instancias conceptuales: en rigor, no existe una
"poética" aplicable a la linea. Son pocos los instrumentos de
que el lector dispone para juzgar o para escoger; además, tiene que hacerlo,
y es bien sabido que pocas cosas hay que susciten tanto rencor como la necesidad
de la elección, de la escogencia personal. "La segunda razón
sería la de que la lírica es un género crepuscular. No se
trata, insisto, de una autonomía integral por medio de la cual sólo
en si misma se hallaran las claves, los signos, los sentidos. No; la lírica
también, como la novela y el teatro, nos refiere a un mundo. Sólo
que se trata siempre de un mundo caduco. Cuando la lírica trasmuta poéticamente
las ideas, las costumbres, las creencias, los afanes de una sociedad, de un periodo
(y toda gran lírica los hace siempre), es porque este repertorio está
expirando. La poesía hace entonces un enorme esfuerzo de intelección,
un trabajo de síntesis desmesurado, para decir: todo esto fue. El gran
poeta nos habla siempre de algo que concluye; algo se estaba muriendo en Manrique,
en Garcilaso, en Quevedo, en Espronceda, en Machado" ... FERNANDO
CHARRY LARA EDUARDO COTE
LAMUS Alguna
poesía muestra su sigilo más característico en la gravedad
de la palabra que lucha, desde oscura fuente interior, por manifestarse en desnudez
y sugestión originales. La gravedad: no el fulgor o la riqueza. Alcanzábamos
a percibir la fatiga a que conduce la obra poética cuando el vocablo luce
solamente como recurso decorativo. Una intención más sutil e inquietante
es la que esperamos encontrar en ella. Cuando apenas es balbuceo, por insuficiencia,
o cuando se pierde en derroche verbal, por desenfreno, permanecemos impasibles
a su llamado. La poesía de Eduardo Cote Lamus (1928-1964), en la que el
lucimiento de fortunas verbales insinuaría la posibilidad de que su autor
hubiese sido tentado a recrearse en ellas con demasía, es ejemplo por contraste,
de cómo el lenguaje constituye arma eficaz cuando responde fielmente a
una voluntad de expresión. Se podría decir de Cote. tentado por
diversas maneras y por temas disimiles, que llegó a conquistar una lengua
poética propia. La evolución de sus poemas da asidero para mantenemos
en esta suposición. Después
de Salvación del Recuerdo, distinguido en España con el "Premio
de Poesía a la Joven Literatura" en 1951, dio a conocer en 1956 otro
libro: Los sueños. Al comentar esta última colección.
Ramón de Zubiría insistió en el dominio intelectual que el
autor quería imprimir a sus poemas. Se refirió a su simbolismo,
a sus abstracciones, a los consiguientes escollos que su complejidad podría
acarrear al lector. Señaló el "marcado carácter conceptual
de esta poesia, escrita más a la altura de la inteligencia que de la sensibilidad".
Desde el enamoramiento adolescente de sus primeros versos, fue esa poesía
prolongándose en el tono de meditación lírica que era ya
el de Los sueños y que va a ser el de los siguientes volúmenes:
La vida cotidiana, de 1959, y Estoraques, de 1963. Esta sucesión
puso de presente la manera como sus poemas se iban depurando hasta lograr una
intensidad y una madurez cada vez más en ascenso, trunca fatalmente con
la muerte temprana del poeta.
Estudiosos de la poesía colombiana (como Hernando Valencia Goelkel, Eduardo
Camacho Guizado, Jaime García Mafla y Guillermo Alberto Arévalo)
han destacado ejemplarmente diferentes aspectos en la de Eduardo Cote y, en particular,
en su última etapa. La presente alusión quisiera limitarse, marginalmente,
a uno que con ellos se relaciona. Existió, en esos finales poemas, una
lucha perceptible entre el lenguaje que pudiera tomarse por espontáneo
o coloquial y el que debe su origen a la tradición literaria o a los prejuicios
sobre la locución poética. Si no queremos hablar de la duda que,
de seguro, vivió entre una u otra manera de manifestarse. Pero si existe,
como creemos, algún problema que Cote se hubiera propuesto confrontar en
esos poemas es el de que reflejasen la poesía de la vida cotidiana en voces
cotidianas o, por el contrario, el de presentarla con cierto hermetismo que, si
no le era de toda su predilección, tampoco quiso tomarlo como extraño.
O acaso la cuestión pudo parecerle otra: fundir la intuición y el
pensamiento poético, por intrincados que fuesen, con el habla corriente.
En todo caso, la entonación natural que consiguió para su verso
le fue fruto, tanto como la simbólica o abstracta, de una elaboración
minuciosa hasta conseguir con ella el equilibrio que deseaba para aquel entrelazado
tono suyo de ensimismamiento y vivacidad: Es
que algo sucede bajo la lluvia. Y difícil de decir: cómo la
Joven desposada tiernamente lava la casta noche de bodas que en sus
manos blanquea la mañana siguiente. He
aquí mis hombros donde el aire pesa lo que liviana ley quita a los
mortales. Mas el peso no es de afuera: pesa la conciencia, la sombra
como plomo. La sombra es necesaria para ir a las profundidades.
Por esto aquí, en este cuerpo, hay muchos viajes para comenzar. Si
se extendiera el mapa de un solo deseo no habría extensión
para contenerlo. De abi que sea tan hondo, denso y misterioso el reposar
de un pecho. Se advierte en los poemas de Cote la sugestión que
el mundo de la inteligencia ejerció en ellos. El paso de sus primeras a
sus posteriores composiciones muestra el abandono progresivo de asuntos que en
principio, como ya se ha anotado, las confinaban en una atmósfera sentimental.
Cada vez fue en él mas decidida la búsqueda de una emoción
poco obediente a los estímulos del corazón o de los sentidos. Fue
imponiéndose, exacerbada en su pureza, la pasión mental. Que hizo
de su poesía, no solo por cierta reserva del acento sino también
por su sentido de exploración y de conquista del espíritu, una obra
que aspira al inlerés de quienes buscan en el poema algo distinto a un
arrebato de efusiones.
La "nota preliminar" que introduce a Estoraques, de Hemando Valencia
Goelkel, es otra entre las afortunadas páginas de este escritor. "Es
él quien en cierto sentido tiene la razón", dice Valencia en
un pasaje de su texto refiriéndose a Robert Graves. Y lo que suscita la
controversia o la duda es este llano testimonio del inglés: "Escribo
poemas para los poetas, y sátiras grotescas para los refinados. Para las
genios en general escribo prosa, y estoy contento de que no se den cuenta de que
hago algo más. Es un derroche escribir poemas para quienes no sean poetas".
Pienso en la certeza
de la frase úllima. Y la pienso, si escrita por un poeta como él.
exenta de toda vanidad. VOLVER
A ÍNDICE JAIME
GARCIA MAFFLA EL
MILAGRO... (Un poema de Eduardo Cote Lamus) Porque
él era en la culpa su condena. Eduardo Colé Lamus "El
Milagro" es el último poema de Los sueños. Era el tercer
libro de Eduardo Cote Lamus, y acaso el que mayor sugestión ejerce sobre
mí. En el encuentra Cote defininitivamente su camino poético y ese
encuentro es un transito: Yo padecía la luz, tenía la frente
igual que una mañana recién hecha, luego vino la sombra
y me sembró sin darme cuenta la señal amarga. ("La
justicia") Y en el
tránsito llega la condena: ... uno tiene que cantar porque un
nuevo Caín es ser poeta (" La Justicia") Entonces,
son la caída y la condena las que dan forma al canto: las palabras
serían desde entonces una visión del mundo derribado en
sueños... ("La justicia") Por
esta senda de expiación que da en el poema "El Milagro", todo
ha de ir a lo interior: será un lento trabajo de introspección y
duelo, una aventura casi alucinada y un escenario triste por el que van pasando
las figuras del mundo, las sombras de los seres, las formas de las cosas, los
instanles. los actos... El
poema, luego de la invocación y la alusión al sufrimiento de quien
escribe y vive, se abre con el espectáculo de una procesión, en
medio de la cual ha de venir el pensamiento sobre la propia vida: es un paisaje
humano hecho de oscuridad y de miseria, desolación y dolor. Se trata de
un bellísimo pasaje que hay que transcribir para dar el aliento general
de los versos: Entre la claridad desconocida la conmiseración
de los cirios: la noche está de parte del cansancio; el sonido,
penando por la voz. era el signo doliente que fluía tras de un
murmullo, tras de un vuelo, en tanto aquellos que sitiados por el mal
yacían en tristísimas literas, colgaban de sus labios el exvoto
de una plegaria que luchaba por ser ansia apenas dicha, como si
no fuese pronunciada. De
aquí, lo más valioso acaso sea lo no pronunciado, lo que queda en
silencio, el dolor que no logra trascender ni ser comunicado. Estarán lo
interior y lo real en medio de los cuales se ha de dar la agonía: la realidad
y la interioridad como opuestos que sin embargo no pueden evitarse, y sólo
en su conciliación ha de darse el suceso de la vida. Hay
también que decir que "El milagro" anuncia los motivos centrales
de los dos siguientes libros de Eduardo Cote Lamus: La vida cotidiana y
Estoraques, donde aborda la vida de los hombres en el mundo y en la historia,
conservando invariablemente el círculo último de la interioridad
en soledad. Pero "El Milagro" es una plegaria. De
juera vengo, fuera voy, no salgo. Se me negó lo que antes aguardaba:
una plegaría para velar mi sueno. Sigo las horas, ¡tierra
mía del alma! A veces creo en ti, mi vida. Acerca de Los
sueños se ha dicho que se trata de poemas oscuros, conceptuales, casi impenetrables,
hechos de asociaciones interiores, de monólogos e imágenes venidas
casi de la inconsciencia. Cote no habla en ellos de sí sino habla para
sí, se habla y se escucha, le habla a su destino, al corazón a solas
y le habla a la ausencia de su propio ser. Habla e invoca o poetiza y reza, y
de ello nos queda un testimonio, el último poema de los sueños:
"El milagro", cuyo motivo es la peregrinación a un santuario
de la Virgen María. Algunos
la llamaron Medianera para otros fue Stella Matutina. "Madre, dijo
Jesús, sé de los hombres lo que la sal al mar, lo que la vida".
Antes un ángel la nombró María. Él fue a
Portugal para buscarte. El
poema es un voto y un llamado que se devuelven hacia la propia angustia, un regreso
un exilio: es una peregrinación. Hace alusión a un volver de la
luz, y las nociones de luz y de sombra son capitales en Los sueños,
porque expresan la dirección de la interioridad solitaria según
esté vuelta hacia la realidad o hacía si misma, y en el poema hablan
del afán de un corazón que pide y le es negado o se niega así
mismo: la luz es armonía con el mundo, y el hallazgo de lo interior es
rompimiento de esa armonía. Así habla de los sueños como
de una prisión. En últimas, de lo que se trata es del sujeto y del
mundo, de su yo y de las cosas, de la agonía y la vida. Estar dentro de
sí no significa romper con e! mundo, pero sí que en el mundo la
propia alma no encuentra respuesta, siendo que lo que vale es el ansia de ser
en ese mundo. Pero la propia vida y la propia conciencia se lo impiden. ¿Qué
son la culpa y la condena? Parece que el milagro es seguir en la vida, cuando
todo en el propio interior conspira contra ella: Vivía pero el
aire le faltaba. Enfurecidas aves como puños dementes exigían
el destino. Adelante iva el canto con su estatua entre las manos juntas
de los fieles. El oficio del hombre es cumplir su destino, llevar a término
la propia existencia en el universo de los otros, que se revela como extraño
y para e] cual no cuenta la situación de la propia alma: se es y no se
es, o se está y no se está, y en esta dualidad se cumple el castigo:
Vuelvo de la luz pero
la luz tiene los vencimientos de la espada, el filo con que ella se
derrota y traspasa. Dirá, y luego: Vengo de querer ser
como los angeles. Habla
también de la derrota. El motivo del poema consiste en que la angustia
del corazón y del anhelo no encuentra respuesta en el mundo de los otros,
aunque no por ellos sino por el corazón mismo, y en que, como una exigencia,
el propio existir se propone como un hacer y actuar en la vida de todos. Asi,
este faltar del aire. del aliento, es la expresión de un estado límite,
del estadio final de una zozobra en medio de la cual sobreviene la pregunta por
el hecho mismo de existir, pregunta que, por este rompimiento frente a la realidad
de todos, se hace parte de la vida y para la cual no se espera una respuesta sino
se formula nada más como expresión de esa zozobra. Una
pregunta, sólo una pregunta: Qué es la muerte, que puede ser
la vida? También se trata de la fe perdida, de la cual solo resta
el ritual. El poema tiene como punto de partida una invocación a lo celeste,
la mirada a María y estar entre los fieles, pero lo que importa no es este
dirigirse a una instancia sobrehumana sino las circunstancias y el estado espiritual
que han llevado a volver la mirada hacia allí: Llevaba caminado
el corazón, pecho de par en par, como tu cielo. La mano cimbra:
fui para saber y regresé negado. Esto que escribo lo padecí
en tu nombre donde la luz fue concluida. Ahora, perdóname
Y luego: Nada. Esto lo digo yo, el prisionero. Y desde dentro fui
a mi piel, por esto tengo andado el camino de la carne. Lo que aquí
está dramáticamente contenido (tras el verso: "He golpeado
en una puerta, y nada") es el sentimiento de sí y de la realidad de
todos como lo diferente, un ir estéril hacia lo de afuera en busca de un
significado, de un contenido y de una dirección que justifiquen el propio
existir, la fe y la pasión. Si se han roto los lazos con el mundo es porque
la propia alma se ha negado, aunque sin proponérselo y como una expiación.
¿Oh es que se trata de la expiación de algo que no se sabe ni se
nombra? Entonces, en esta negación, aquello que sobreviene es el sentimiento
de exclusión, y al lado de ésta el presentimiento de la existencia
concluida: Lluvia abajo, esperando: manos, ojos: acaso la esperanza,
acaso el sueño. Todos abrimos el amor durante una esperanza:
la piedad, la luz piensa encenderse y el pecho queda solo, oscuramente
solo. Advenimiento de otra distancia. Cómo ir, volver, y limpiando
las llagas, regresar? El poema es oscuro, o casi indescifrable, pero
se desarrolla en la contraposición entre la interioridad y la realidad
o el corazón y el mundo. El peregrino ha llegado a un santuario, pero tal
sitio no es más que el testimonio de su propia caída: no va a él
sino ha llegado a él. Hay una atmósfera de pesadumbre, de pérdida
y zozobra, de reclusión y de dolor que va dibujando una sucesión
de pensamientos sin ilación y sin destinatario. Están el protagonista
y quien escribe, que al final se hacen uno y son el mismo en esta senda de la
desesperanza. Ahora bien, delante del estado de reclusión en si mismo y
en medio de esta desesperanza que signa el presente se levanta la imagen de la
infancia. Y la infancia viene a ser el momenlo en el cual la realidad y el mundo
son un campo dispuesto, como el propio existir un campo ilimitado, cuando "lo
otro" no es ajeno, ni hostil ni indiferente, momento en el cual la existencia
está todavia depositada en las propias manos y la vida está hecha
de aire respirable. Sólo que la vocación de la infancia no representa
un alivio ni un asidero, sino, por el contrario, resulta una intensificación
del drama: En la infancia
soñaba con viajar: tenia unas ganas locas de ver islas y de llenar
la noche con estrellas nuevas. Si yo no he muerto todavía para
qué recordar. Si soy la huesa donde sueñan los huesos los abuelos
debo esperar, pedir, tender la voz a la limosna, al triste pan de vida.
Entonces ha de venir la plegaria. A veces, el poema parece convertirse en
un delirio. La espera es un instante vacío, de súplica, de irrealidad
y de abandono. Aquí, en este no tener ya nada delante, surge la noción
central del poema, al la cual hace alusión el título, noción
que se formula diciendo que vivir no es más que el acto de sobreponerse.
En una primera instancia, esta noción formulada está nada más
como un hacer frente a las cosas y así mismo, un desesperanzado y heroico
sobrellevar la realidad: Nada resta sino el último esfuerzo.
Mas si todo se pierde iodo sobra. Y en otro lugar: El
todo es esperar cuando se han hecho los mayores esfuerzos. Pero allí
en ese instante todo se le olvida. No basta el sufrimiento, ni la falta
de ansia si se desea... La expresión es casi críptica.
Y es este hacer frente a algo casi instintivo, un acto despojado de razón,
un sobrevivir que lo une a los otros peregrinos, a esa mullitud que da lástima
y que es su propia herida. Es el desfile de exvotos, cirios y literas entre la
conmiseración. Sin embargo, en un segundo paso, delante de la zozobra del
sentimiento de la existencia concluida, se abren las circunstancias de la propia
intimidad y este sobreponerse al mundo y así mismo se convierte en un acto
encaminado a instaurar el movimiento de la propia existencia en el circulo cerrado
de lo íntimo: Yerma
la noche, yermo el día, yermo el aire, lo tremendo de las aves
caídas, desalado del cielo, sólo a veces una página
escrita: "Estoy íriste por nada, porque estoy trisle. Mas
hoy cerré muy bien las puertas, cerré mi cuerpo para no salirme.
"El Milagro"
es un poema entre narrativo y reflexivo; es una historia en la que el protagonista
habla de su caída y de su sueño en un isntante último, cuando
se mira en medio del presagio del fin. VOLVER
A ÍNDICE DAVID
BONELLS
Epílogo
El tiempo,
del que tanto hablaba en sus versos, ha terminado por hacer justicia a Cote. Le
ha otorgado el respeto de los Nortesantandereanos y el lugar que le corresponde
en el panorama de la Literatura Nacional. Extraña
personalidad la suya. Alternaba la política con la literatura y las dos
cosas con una pasión desenfrenada de vivir. La fuerza de su poesía
radica precisamente ahí. Su
itinerario político y literario estuvo siempre orientado hacia el acierto.
No se contentaba con lo ya adquirido, quería superarlo todo. Era un hombre
en permanente ascenso: Diplomático, Secretario de Educación, Parlamentario
y Gobernador de su Departamento, la muerte lo sorprendió cuando el Presidente
Valencia lo acababa de llamar a ocupar un ministerio. Igual
cosa sucedió con su quehacer estético: Su obra es el resultado de
un trabajo intenso. Cada palabra, cada verso de sus dos últimos libros
revelan el conocimiento del lenguaje y el sentido justo de la expresión.
Y es que Cote no daba
puntadas al azar. No se dejaba subyugar por el simple juego de adjetivos, ni cocinaba
sus versos en los manidos moldes poéticos generacionales. Su poesía
obedecía a un laborioso trabajo de alquimista. Era un poeta de taller.
A tres décadas
de su muerte, la obra de Eduardo Cote Lamus se ha liberado de las ataduras del
tiempo. Forma parte ya del patrimonio político e intelectual de nuestro
Departamento. Su nombre quedará definitivamente vinculado a la vida Colombiana,
y especialmente, a la vida del Norte de Santander. VOLVER
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