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Las
oscilaciones de los precios, fenómeno económico que se deriva de
la libre oferta y demanda, de manera paulatina fue menguando las ganancias de
los cultivadores y comerciantes, pero la estocada final la comenzó a propinar
el temible TLC. La cebolla peruana, a precios mucho más bajos que la producida en los municipios de la antigua provincia de Ocaña y sur del Cesar, comenzó a invadir el mercado local y a enterrar la tradicional. De acuerdo con datos entregados por la Asociación de Municipios de la provincia de Ocaña y del Catatumbo, como consecuencia de la llegada de la cebolla inca, no se sabe si legal o ilegalmente, un número cercano a las 3 mil hectáreas dejaron de cultivarse y casi 6 mil familias campesinas se quedaron sin empleo. Lo cierto de todo es que tracto camiones, cargados con el bulbo peruano siguen llegando a la ciudad, no para satisfacer la demanda local, sino, que en los depósitos del mercado reempacan el producto vegetal y lo distribuyen en la Costa Caribe y otras regiones del país. Por supuesto que los consumidores notan la diferencia, ya que la cebolla ocañera, producida con la siembra de los bulbos, es más picante que la extranjera, cuyo cultivo es por semillas, que entre otras cosas, es más rentable. Al paso que vamos, es inminente la desaparición de una tradición centenaria, que aún hace parte del folclor y hasta de la cultura ocañera, porque así los municipios cebolleros por excelencia, fueran Ábrego y La Playa, la capital provincial asumió el rol de centro de la actividad agrícola, no tanto por la producción, sino por la comercialización. La cebolla, durante el siglo pasado, se convirtió en el ícono de la ocañeridad , y varios eventos, como reinados populares y ferias, se inspiraban en el elemento agrícola más importante, incluso, el que posibilitó el éxito o la derrota económica de muchas familias. Los barrios, otrora antagónicos políticamente, La Piñuela y El Carretero, conservador y liberal, respectivamente, se caracterizaban por el movimiento comercial, cantidad de casas grandes, destinaban salas y salones para almacenar y empacar la cebolla que provenía de las montañas de los municipios de Ocaña, La Playa de Belén y de Ábrego. La cebolla roja, como se conocía localmente, era llevada a Magangué y Sincelejo, desde el puerto de Gamarra, en lanchas, que recorrían muchos kilómetros por el río Magdalena y que duraban varios días para llegar a sus destinos. Los cebolleros, es decir los comerciantes del apetecido producto vegetal por los costeños, escribieron muchas historias en los recorridos fluviales, en los que se deleitaban con las orquestas que amenizaban los itinerarios, y en los que surgieron varios romances furtivos. De esa faena comercial, que se convirtió casi que un ritual para los ocañeros que se ganaban la vida viajando en camiones, lanchas y aviones, quedaron recuerdos tristes para las familias que perdieron a sus seres queridos, víctimas de los naufragios de lanchas y chalupas en las caudalosas aguas del Magdalena. También hay remembranzas de unos pocos cebolleros sobrevivientes , de los que después de vender sus cargas en los puertos de bolivarenses y sucreños, y regresar en los aviones lecheros, hasta el aeropuerto de Gamarra, se convirtieron en los primeros secuestrados a Cuba. En La Piñuela y El Carretero, ya no queda un solo depósito de cebolla, los pocos que se resisten a desaparecer, funcionan en el sector del mercado, y nó con cebolla ocañera, sino con cebolla peruana. | |||||||