La
historia inicia cuando mi hija del grado noveno me dice que tiene una tarea acerca
del rescate de la tradición oral regional y debe llevar una anécdota
de La Playa
¡claro!, ahí fue cuando se me iluminó el
bombillo; esa tarea es para mi mamá, quién mejor que ella que ha
estado casi toda su vida en este lugar; ¡ella sí que conoce del tema!.
Bueno, pues nos dirigimos a la casa y
la abuela le da una explicación detallada de la leyenda que sucedió
en una vereda cercana al casco urbano. No está demás resaltar que
en estas tierras se ha mantenido una fuerte religiosidad, dándole importancia
especial a preservar los relatos de duendes, brujas y espantos, quienes pueden
aparecer por falta del rezo y la asistencia a misa, así como también
a que los niños y jóvenes bromeen hasta altas horas de la noche
fuera de sus casas y desobedezcan las órdenes de sus padres; entonces,
decía mi madre que una cantidad de niños correteaban alegremente
en una llanura, de repente aparece un gran burro negro y como estos niños
eran tan traviesos decidieron subirse al lomo del animal para que los paseara;
eso era un espectáculo ver como los niños se subían, se bajaban,
molestaban al animal, el cual no daba asomo de molestia, pero lo único
extraño era que éste era supremamente grande y negro.
Entre
todos los chicos había uno que por más que intentaba subirse al
bendito animal, no lo podía conseguir, era ayudado por sus compañeros
y lo intentó varias veces sin éxito; este jovencito era el más
juicioso del grupo y siempre llevaba con sigo unos escapularios de la virgen del
Carmen, los cuales colgaban de su cuello y al ver a sus compañeros de juego
que se divertían tanto, exclamó: ¡Ave María Purísima!,
dicho esto y como por arte de magia el burro explotó; sólo quedó
un espeso humo y los niños que caían a un lado y a otro del piso,
los cuales se quejaban sobándose sus adoloridos cuerpos, salvándose
únicamente el niño que portaba los escapularios.
Esta
historia fue bastante convincente como para querer transmitirlo a mis pequeños
alumnos de transición, me pareció una excelente herramienta y decidí
aprovecharla a la primera oportunidad.
La
semana siguiente estábamos en clase de religión hablando de la creación
del mundo, los reuní en el área de juegos; muy cómodos en
sus cojines y mostrándoles la biblia infantil con todos sus colores y hermosas
letras grandes, acompañada del Cd para que a la vez que observaban las
imágenes escucharan el relato; luego de reforzar la narración me
dispuse a hacer un recuento de los hechos y para sorpresa mía cada vez
que preguntaba: Y el segundo día Dios hizo?, todos al unísono contestaban
¡El burro!; Después de crear los mares Dios hizo?: "El burro".
A lo cual les replicaba: no niños, volvamos a recordar. Esta situación
se repitió por largo rato, hasta que luego de varios intentos logré
hacerlos cambiar de idea.
Esta experiencia
marcó una situación jocosa dentro de la institución pues
fue conocida entre mis compañeros; es por eso que a partir del momento
en que alguien pregunta sobre algo, ellos responden en coro: "El burro".