Queridos
coterráneos y amigos:
Han
pasado 150 años, no muchos a decir verdad, para la vida institucional de
un municipio, sin embargo, suficientes para cimentar toda una cultura, aquella
que nos ha dado nuestra propia identidad.
Somos
el fruto del denodado esfuerzo de aquellos que nos antecedieron en el trasegar
de la vida. Recordamos con la avidez y fantasía con la que escuchan las
historias los niños, cómo referían nuestros padres con tintes
casi heroicos las mil epopeyas que significó traer la luz a nuestro pueblo.
Aquel hito histórico que puso fin a la profesión de los espantos
de espantar por igual a valientes y asustadizos, y también a la hermosa
tradición de dar serenatas al pie de las ventanas en la penumbra de aquellas
calles empedradas, para anunciar al mundo silencioso de la noche el nacimiento
de un nuevo playero, el amor correspondido o incomprendido de un amor furtivo
o el gozoso anuncio de un compromiso nupcial.
A
pesar de no contar tan pocos años como quisiéramos, tampoco tantos
como nos achaca la oposición en el bien entendido uso de la palabra, añoro
con vividez inusitada, el pasado no tan reciente cuando corríamos por aquellas
calles empedradas coronadas por una escasa pero rebelde maleza que en no pocas
ocasiones debimos deshierbar o ser sometida a la infalible receta de nuestro padre
de aplicar aceite de carro, a ver si esas H.P. hiervas lo aguantan.
Cada
uno a su manera recuerda su pasado, para algunos de nosotros un pasado común,
para otros, revividos por la historia de aquellos que vivieron otros tiempos,
enriquecidas en no pocas ocasiones por la fantasía de quienes protagonizaron
aquellas épicas aventuras.
Pese a las diferencias generacionales la
manera como vivimos nuestros primeros años de vida, salvo algunas matices
se parece en mucho.
Quien
no recuerda aquellas mañanas navideñas coronadas de neblina y frió,
"YELATALES" de diciembre según algunos, las que enmarcaban las
misas que anunciaban la navidad, aquellas que después de celebradas nos
hacían correr en desbandada a disfrutar de un delicioso tamal caliente,
buñuelos y café negro en unos casos, en otros a disfrutar de una
deliciosa arepa con queso criollo, si fuera cuajada en mi caso, mucho mejor.
Cómo
no recordar que en la sencillez de nuestras infancias, fuimos felices jugando
al trompo, eso sí padeciendo en alguna ocasión la cara de felicidad
casi sádica del inolvidable RUBELINDO comiéndole monta a nuestros
impecables trompos, ese mismo que se solazaba entre más grande fuera la
CHENCA.
Cómo
no recordar las épocas de aquellos helados de limón o cola que vendían
donde Mario Arévalo, compartidos hasta por cuatro o cinco bocas sin que
de milagro se nos pegaran las boqueras. Algunos especulan acerca del gran poder
nutricional que estos tenían, porque de estos consumidores habituales surgieron
grandes mentes, la menos grande la mía por supuesto.
Como
no recordar el placer casi sublime, que nos proporcionó disfrutar del infaltable
dulce de leche, variado en ocasiones con el dulce de piña con galletas
de soda, en las pocas fiestas infantiles que se celebraban, eso sí con
piñata incluida, aquellas que no producían un herido o un muerto
de puro milagro a consecuencia de los incesantes palazos de ciego que daba el
encargado de romperla, o de los cabezazos de quienes competían para obtener
uno de los jugosos regalos que estas contenían.
Fueron
épocas sencillas pero felices, aquellas que en medio de las limitaciones
por los magros presupuestos de nuestros padres nos hicieron gozar la vida, compartiendo
sin distingos de ninguna naturaleza.
Cómo
no recordar aquel delicioso arifuque que acompañaban los recreos de nuestras
tardes de escuela primaria. Cómo olvidar esas escapadas al pozo de Toño
o al Sanjuanero, eso sí, teniendo cuidado porque este último tenía
tragadero según las voces de algunos avezados e intrépidos nadadores,
y al que jamás se le ha encontrado fondo. Estos centros recreacionales
los compartimos indistintamente varias generaciones. No sé si las generaciones
de hoy se estén privando de ese inenarrable placer.
Empero,
este terruño con geografía árida y escarpada es la cuna fecunda
de generaciones que en medio de la humildad se han abierto camino en distintos
campos, sobreponiéndose a las vicisitudes de sus limitaciones, esculpiendo
su carácter y su personalidad.
La
constancia y la persistencia son valores que nos hacen distinguir en medio de
la comarca, aquellos que con la enjundia de nuestras gentes nos hicieron levantar
con orgullo el pueblo más bonito del Norte de Santander y uno de los más
bellos de Colombia, aquellos que además, esculpieron con fuego en la impronta
de nuestras almas el deseo ferviente de superarnos cada vez más, el de
brillar en los escenarios que nos correspondan, siempre adornados por la honradez
y el respeto por los valores y principios que nos inculcaron nuestros padres.
Hoy,
mirando en retrospectiva y a nuestro derredor, debemos congratularnos porque con
el impulso de todos, hemos forjado un municipio que se distingue entre los demás,
porque tiene un carácter y una personalidad propias que lo identifican,
y que pese a ser apenas un infante en el panorama institucional, es un símbolo
de superación y progreso.
Por
eso los invito a que nos fundamos en un inmenso abrazo de felicitación,
invitándoles a que nos gocemos estas fiestas como siempre ha ocurrido,
en paz y alegría.
La
Playa de belén, 30 de diciembre de 2012