Con
el objeto de acrecentar su ya mermada hueste, el conquistador Ambrosio Alfínger
despachó, desde el pueblo indígena de Tamalameque, al capitán
Íñigo de Vasconia, Bascona o Vascuña, acompañado de
veinticinco soldados, para que, en Coro, engancharan la más gente que pudieran
pero, el tudesco, a fuer de hombre práctico y de conocedor de la debilidad
humana, para tentar la codicia de los aventureros, encomendó a Vasconia
la custodia del áureo botín pillado en sus correrías por
aquellas ricas tierras, pues, creía, y lo creía con razón,
que al ver en Coro tal cantidad de oro, abundarían los soldados que quisieran
probar fortuna en las fabulosas regiones que exploraba Alfínger
Desgraciadamente,
Vasconia y sus compañeros perdieron la ruta y, en vez de tomar la dirección
de Occidente, para así, por la hoya del río Catatumbo, llegar fácilmente
a Maracaibo y de ahí, seguir a Coro; pero con el errado deseo de acortar
la jornada, encaminaron sus pasos hacia el Suroeste y, se fueron internando por
entre ásperas montañas y tupidas selvas hasta quedar completamente
perdidos en tan vastos parajes. Vagando al azar; sin recursos, enfermos; atacados
por las fieras; sufriendo penalidades y miserias, el hambre obligó a los
pocos soldados que seguían al Capitán, a sacrificar los pocos indios
cargueros para suplir con su carne la absoluta falta de comida. Como los cuerpos
fatigados y macilentos ya no podían resistir un viaje tan penoso y la muerte
abría diariamente claros en la pequeña caravana, los pocos que aún
quedaban, sacando fuerzas de flaqueza, resolvieron sepultar "los sesenta
mil pesos que llevaban al tronco de una valiente y bien señalada ceiba,
notando el lugar también con otras señales y dejando enterrados
con él sus corazones", como lo refiere el Padre Simón. Pero
como el hambre ya casi los enloquecía, temerosos de devorarse, cada cual
tomó por su lado en espera de mejor muerte; y las fieras y alimañas
dieron pronto cuenta de la poca vida que restaba a estos desgraciados soldados...
En
casi toda la región del Norte de Santander no han faltado sujetos que se
hayan dado a la ponderosa tarea de buscar "el tesoro de Alfínger"
y, en tan difícil búsqueda, han tropezado con algunas rocas y con
monolitos de piedra que muestran curiosas inscripciones hasta hoy indescifrables,
que se conocen con los nombres de petroglifos de Sardinata, del Mohán y
del Catatumbo.
Siguiendo
el viejo camino que de Sardinata parte para la ciudad de 0caña, como a
un kilómetro de la población primeramente nombrada, en una posesión
agrícola que fue de don Jacinto Peñaranda, en tierras y jurisdicción
de Las Delicias, se levanta un bloque de piedra que tiene grabados en bajo relieve
varios signos que son un mudo interrogante para la Arqueología; pero esos
signos, no parecen ni pueden haber sido grabados por la tribu de los Motilones,
dueña y señora en lejanos tiempos de esas comarcas; es muy posible
que lo fueran por la fuerte daga o por el acerado puñal de alguno de los
conquistadores hispanos, ya que es fácil descubrir y distinguir en ellos
que pertenecen a los idiomas cultos. El malogrado Luis Febres Cordero, en una
de "las visitas que, como gobernador, practicó en el Municipio de
Sardinata, conoció el célebre monolito, y dice: "...los
rasgos de las rúbricas, caligráficamente hispanos, elegantes y discretos,
que se dirían copiados de un viejo archivo notarial; la Cruz grabada en
una u otra forma que acompaña la mayor parte de los símbolos, donde
parece asentarse la venerable costumbre de la antigua escritura castellana; ciertas
letras de idiomas cultos, como una Psi o Ypsilon griega; y una P.
y una H. latinas: una figura sugestiva en forma de Botín,
que quita a la palabra la acepción del utensilio pedestre, para nutrirla
de firmeza marcial; todos estos detalles querrán decir que no es nada temerario
atribuir a grabadores hispanos la obra del mencionado petroglifo. A nuestro sentir
existen algunas razones de peso para creer que su escritura fue una señal
con que los Conquistadores españoles quisieron marcar el sitio en que enterraron
el áureo tesoro, o por lo menos, dejar en aquellas soledades un mojón
visiblemente clamoroso de su tránsito por allí, que les sirviese
de derrotero, cuando, llegados a Coro, nuevamente emprendiesen la ruta hasta Tamalameque
para encontrar a Alfínger". Como antes anotamos, Vasconia y sus
compañeros perecieron en la trágica jornada y, no es aventurado
decir, que fueron ellos los que dejaron esa inscripción, bien como una
clamorosa súplica, o bien como una señal o guía para el retorno,
o mejor quizá como un aviso de que iban perdidos.
El
inolvidable y ameno Joaquín Quijano Mantilla, en un artículo que
publicó en la edición de El Tiempo, correspondiente al día
6 de marzo de 1920, dice: "Me fui al páramo del Mohán, en
la vecindad de Cachirí, a ese desierto lleno de frailejones donde Alfínger
hizo grabar una piedra que aún pregona a los siglos la angustia de los
conquistadores, con estas palabras: Perdida toda esperanza". Las
cortas líneas del notable cronista estimularon nuestra curiosidad, y escribimos
a Joaquín solicitándole más amplios datos; con su acostumbrada
gentileza, en carta fechada "En la Esperanza-EI Épiro día de
SS. Clemente y Felicidad de 1920", nos dice: "...Respecto a la piedra
de Alfínger, le diré lo siguiente: Yo iba en retirada (por no confesarle
que derrotado), por ese páramo. Salí de Cachirí por una trocha
que era el antiguo camino por donde se encaminaron las fuerzas españolas
en busca de García Rovira y los patriotas. En un lugar, donde se abren
los caminos de Arboledas y de Cáchira, donde hay unas piedras enormes,
un amigo que me acompañaba me señaló la loza grabada con
la punta de un cincel y firmada por Alfínger". En 1900, el joven
bogotano Rubén Salas, recorrió en gira histórica, la ruta
de Alfínger hasta El Zulia, y cuando había recogido muchísimos
datos para internarse en las selvas Motilonas en busca de los 60.000 castellanos
de oro que Alfínger mandó desde Tamalameque, la fiebre amarilla
le cortó vida en el Carmen de Santander, sin que yo sepa a quién
le quedaron sus papeles... Ahora, preguntamos: ¿Existirá aún
esa loza, grabada por Alfínger, o como otras, habrá sido volada
por la ignorancia? ¿Habrán sido destruidos los papeles que dejó
el joven Salas a su muerte en el Carmen de Santander? Tal vez algún curioso
nortesantandereano pueda responder estas preguntas...
Ahora
unos cuantos años, ese insigne zapador del progreso norteño, hombre
inteligente y amigo como pocos, que respondía al nombre de Virgilio Barco,
en una de sus excursiones por las selvas del Catatumbo en busca de petróleo,
encontró una gran piedra que tenía grabados en bajo relieve un jeroglífico
que llamó su atención y que en buena hora copió en su cartera
de viaje, pues la piedra ya no existe, porque manos criminales e ignorantes la
volaron con dinamita creyendo que debajo de ella habría enterrado un gran
tesoro de los indios o de los españoles; así pues, de tan interesante
petroglifo no queda hoy sino la imperfecta copia o reproducción que hizo
el general Barco, quien bondadosamente nos permitió tomar la siguiente
copia, igualmente imperfecta, a tiempo que nos decía: "Se supone
que es la cabeza de Alfínger (nosotros creemos sea la de Vasconia o
un símbolo que represente a los españoles). La mano indica la
dirección por donde vino con su gente, a pie. El ancla, que eran marinos
y la cruz velada que implantaron la religión. En cuanto a los puntos y
líneas que aparecen junto, no pude determinar exactamente el número
de ellos".
Como
nosotros no estamos de acuerdo con la interpretación que de dichos signos
hizo el señor Barco, y carecemos de los conocimientos necesarios para poder
dar una opinión, o siquiera avanzar una hipótesis, publicamos a
continuación la copia que poseemos de los signos grabados en la piedra
con el fin de que alguna persona estudiosa nos dé una interpretación,
siquiera aproximada, de lo que ellos puedan significar:
Aquí
en esta imperfecta copia puede apreciarse muy bien la coincidencia de este petroglifo
del Catatumbo con el de Sardinata que nos describió Febres-Cordero: en
ambos figura el botín y la Cruz, circunstancia que nos reafirma
la idea de que uno y otro fueron grabados por los infortunados expedicionarios
que comandaba Vasconia, y no sería temerario decir que los puntos, veinticinco,
signifiquen el número de soldados que salieron de Tamalameque. Matos Hurtado