Gasto
mi tiempo en las tareas del hogar: preparo alimentos, lavo, plancho, cuido a mis
hijas y atiendo a mi esposo. Recibo ayuda para desarrollar algunas actividades
de la casa, pero toda la responsabilidad pesa, como una cruz, sobre mis hombros.
Mi
esposo asegura que la mujer es socia y compañera del hombre en la administración
del mundo, y agrega que esa divina tarea debemos compartirla sin ventajas para
ninguna de las partes. Yo sonrío en silencio.
A
nosotras nos han reconocido los derechos como si fueran gotas de perfume fino:
en pequeñas dosis. En algunos países la mujer es un ser inferior
y, todavía, en nuestra sociedad se habla de maltratos femeninos.
En
mi casa nos hemos puesto de acuerdo en que las mujeres son para quererlas. Pero
mi esposo se queja con frecuencia porque mis hijas y yo le hacemos coalición
para resolver algunos asuntos familiares. Generalmente, pierde las batallas sometidas
a votación, pero gana en solidaridad cuando se trata de resolver asuntos
que lo lleven a mejores destinos.
Estas
frases parecen circunstanciales, pero tienen un profundo significado en los quehaceres
cotidianos. Mis hijas, como todos los hijos, siempre están pidiendo algo.
Es un problema universal, del que ningún padre está exento. Tampoco
mis hijas están exentas de que su papá busque burladeros todo el
tiempo porque los ingresos cada día alcanzan para menos cosas. Yo les recibo,
entonces, todas sus peticiones y aprovecho las horas de recogimiento nocturno
para soltarle el inventario de necesidades. Me parece que es un buen momento para
lograr alguna victoria, cuando el tiempo arrecia.
Hacemos
parte de la familia promedio de Colombia. Tenemos los mismos sueños y compartimos
los mismos ideales. Siempre soñamos con un viaje de turismo, con un vehículo
más moderno, con un buen restaurante, con ropa de marca... No tenemos esas
posibilidades, pero soñamos con ellas. Es la mejor manera de sortear las
dificultades económicas. Al fin y al cabo, como dice la sabiduría
popular, soñar no cuesta nada. Quien sueña no desfallece.
Mi
condición de ama de casa me ha impuesto, entre muchos retos, los de abogada
de mis hijas, asesora improvisada de tareas escolares, asesora de imagen; portera
y telefonista, porque nadie quiere abrir ni contestar, y embajadora de buena voluntad,
cuando hay tormenta.
Las
amas de casa debemos armarnos de paciencia para satisfacer los gustos de los hijos
y del marido. Es una tarea dura, pero deja gratas satisfacciones, especialmente,
cuando acertamos en lo que todos quieren o cuando se encuentra colaboración
para acertar. Entonces oímos frases de antología: "Qué
comida tan rica, mami". "Estás muy linda". "Una mujer
como tú no se consigue en ninguna parte".
Las
mujeres somos la sal de la vida, la alegría del hogar y la muestra palpable
de que Dios es infinitamente creativo. Los hombres lo saben.
El
Día Internacional de la Mujer es una fecha memorable porque exalta nuestra
existencia y nos permite reafirmar nuestras conquistas en materia laboral, política
y educacional. Estos temas fundamentales de nuestra sociedad ya no son actividades
exclusivas del hombre porque hemos avanzado con paso firme hacia la igualdad.
Muchas
Gracias. Chinácota,
8 de marzo de 2007 |