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EMIRO
ANTONIO ARÉVALO
CLARO
Por
Guido Pérez Arévalo |
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| | | | | Han
pasado muchos años desde que el tío Emiro dejó la sotana de seminarista mayor
para volver al idílico valle de su Playa entrañable. En los claustros
ocañeros quedaron, con su sotana, los clásicos franceses, el griego y el latín.
Los cambió por las vivencias de su tierra, pero acumuló con ellos el bagaje
suficiente para descrestar auditorios de todos los niveles académicos. El
abuelo Francisco, hombre austero, envió, entonces, al frustrado sacerdote a cumplir
faenas agrícolas en sus tierras de Curasica. Acompañado de Enrique Alvarez
y de su inolvidable compadrito Jesús Ovallos Arenas, Emiro le entregó sus
días al ramillón y las noches al cultivo de una deliciosa relación con las bebidas
espirituosas. Fue precisamente en aquel exótico paraje donde, entre velas y guitarras,
surgieron la vena del poeta que todos admiramos y la nostalgia que cifra sus canciones.
De allá bajaba los fines de semana, sobre su caballo "Palomo", a ponerle trampas
al amor y a presumir de niño rico. | | | |
El
matrimonio con Clara, la fiel compañera de su vida, serenó sus ímpetus y lo llevó
por nuevos horizontes. Se vistió de burócrata en la Caja Agraria de Ocaña
y terminó en Bogotá, donde se desempeño en importantes cargos en el Incora y en
el Ministerio de Agricultura. Vivió en Fontibón en el número 10-77 de
la calle 5ª, una dirección de gratos recuerdos, donde se daban cita Benjamín Pérez
Pérez, Fructuoso Arévalo Pérez, Luis Humberto Pacheco, Jesús Hernán
y Toly Claro Ovallos, Angel Arévalo Carrascal, Adiel Ovallos y Horacio Castilla,
entre otros, para cumplir el rito de los viernes culturales. Durante
aquellas noches los chispeantes foros políticos se alternaban con las canciones
del padre Campo y con la linda "Ocañerita del Alto de Torcoroma". En
"El Nogal", el café romántico de la estación del ferrocarril, y en las tiendas
de la calle quinta, las agrias volaban gratis cuando llegaban los "Ocañeros".
¡Qué días aquellos! Toly, hizo fama con su humor y sus canciones, y Emiro
con su viejo tiple, con el que aventuraba su viejo "tango arrabalero".
Una fría tarde de diciembre, la casa del 10-77 cerró sus puertas. Emiro cambió
su residencia por un tiempo relativamente corto y volvió como el salmón, río arriba,
en busca de su Playa de Belén. Ahora vive apaciblemente, lo digo con
envidia, entre duraznos y platanales en cosecha. Los estudiantes le consultan
sus tareas y los campesinos le confían sus problemas legales.
Hace cartas de amor, telegramas de efemérides y discursos para todas las ocasiones;
cría pollos y conejos y presume de horticultor. Su viejo tiple, como
un trofeo de guerra, cuelga de una puntilla en la pared principal de su aposento.
A su alrededor, en todos los tamaños y colores, están los banderines y gallardetes
de eventos deportivos que Emiro ha organizado o estimulado, y las camisetas de
las campañas políticas que lo han llevado al Concejo Municipal. Su obra,
Canción del Terruño, sale ahora a la luz pública como compendio de su vida coloquial.
De esta manera, sus versos pulidos y profundos rompen las barreras del círculo
familiar para emerger con fuerza creadora en la literatura del Norte de Santander.
(Tomado de "Canción del Terruño", obra poética
de Emiro Arévalo Claro.) | | |
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