| | LA
RAZÓN DEL TÍTULO Los
días, los meses y los años, acumulados en más de medio siglo,
no han impedido que acuda a los juegos de la infancia para ponerle un título
a mis afanes de compilador. Barrilete es un sustantivo alegre, con cargas de sol.
Huele a terruño, como los trompos y las bolitas de cristal. Barrilete es
un mensaje tirado al viento. Un sueño atado a la cuerda de la ilusión.
Lo digo y lo siento ahora, con entusiasmo juvenil, a pesar de las tormentas que
azotan mi nave desde hace 58 años. Barrilete...,
el de la Provincia de Ocaña. Los niños de ahora, y los adultos desmemoriados,
le dicen cometa. ¡Carajo! Mi barrilete, el de mis recuerdos, tenía
cordeles de pita de curricán y papel de seda pegado con almidón.
Llevaba cola de trapo, fabricada con jirones de prendas viejas. Y runrunes atronadores
en los colores primarios. En
los cerros de la Santa Cruz, en La Playa de Belén y en Ocaña, elevé
mil veces mi barrilete mientras el sol me pintaba el rostro de rojo. |
"Brisa...
brisa... brisa... vení por una camisa", imploraba con los ojos puestos
en el cielo, cuando el viento era esquivo. Y el hermano menor, siempre el hermano
menor -¡qué vaina!- corría hasta una pequeña colina
y lo levantaba hasta donde le alcanzaban sus manitas. "Soltalo, soltalo ya...",
lo urgía cuando el primer airecillo movía las hojas del arrayán.
Y mi barrilete subía, subía, subía...
Mamá
sonreía con mis cuentos fantásticos: Mi barrilete se perdía
entre las nubes y no había otro que subiera más alto. Yo le preguntaba
si lo había visto desde el patio de la casa y ella contesta siempre que
sí.
"Corra
hijo -me decía- limpie los zapatos antes de que llegue su papá.
Y yo corría a limpiarlos porque mi viejo tenía unas botas inmensas,
que sus hijos debían usar cuando deterioraban el calzado antes de su tiempo
útil. Esas botas, reforzadas con carramplones y medialunas, eran un instrumento
de castigo. Mi hermano mayor, que hizo fama por sus diabluras, las usó
sin misericordia pero, para mi desgracia, nunca pudo acabarlas.
¡Ah,
mis barriletes! Yo los fabricaba con pechuga y runrunes dobles sobre tiritas de
tiradera -¿Recuerdan, la espiga de caña brava?-, para que pesaran
menos que el aire. Y jugaba siempre con la ilusión de que fueran observados
desde los cuatro puntos cardinales.
En
esos recuerdos, cargados de nostalgias, he encontrado el tíitulo justo
para la recopilación de estas notas, tiradas al viento, sin pretensiones
de alto vuelo.
Guido
Pérez Arévalo